Pero mientras esto decía, parecíale muy desconsolador renunciar al divino amparo de aquella celestial Virgen que se le había aparecido en lo más negro de su vida extendiendo su manto para abrigarla. ¡ Ver realizado lo que tantas veces había visto en sueños palpitando de gozo, y tener que renunciar a ello!... ¡ Sentirse llamada por una voz cariñosa, que le ofrecía amor fraternal, hermosa vivienda, consideración, nombre, bienestar, y no poder acudir a este llamamiento, inundada de gozo, de esperanza, de gratitud!... ¡ Rechazar la mano celestial que la sacaba de aquella sentina de degradación y miseria para hacer de la vagabunda una persona, y elevarla de la jerarquía de los animales domésticos a la de los seres más respetados y queridos!...
- ¡ Ay!-exclamó clavándose los dedos como garras en el pecho-. No puedo, no puedo... Por nada del mundo me presentaré en Aldeacorba. ¡ Virgen de mi alma, ampárame... Madre mía, ven por mí!...
Al anochecer marchó a su casa. Por el camino encontró a Celipín con un palito en la mano y en la punta del palo la gorra.
-Nelilla-le dijo el chico- ¿ no es verdad que así se pone el Sr. D. Teodoro? Ahora pasaba por la charca de Hinojales y me miré en el agua. ¡ Córcholis!, me quedé pasmado, porque me vi con la mesma figura que D. Teodoro Golfín... Cualquier día de esta semanita nos vamos a ser médicos y hombres de provecho... Ya tengo juntado lo que quería. Verás como nadie se ríe del señor Celipín.
Tres días más estuvo la Nela fugitiva, vagando por los alrededores de las minas, siguiendo el curso del río por sus escabrosas riberas o internándose en el sosegado apartamiento del bosque de Saldeoro. Las noches pasábalas entre sus cestas sin dormir. Una noche dijo tímidamente a su compañero de vivienda:
- ¿ Cuándo, Celipín? Y Celipín contestó con la gravedad de un expedicionario formal:-Mañana.
Los dos aventureros levantáronse al rayar el día y cada cual fue por su lado: Celipín a su trabajo, la Nela a llevar un recado que le dio Señana para la criada del ingeniero. Al volver encontró dentro de la casa a la señorita Florentina que la esperaba. Quedose María al verla sobrecogida y temerosa, porque adivinó con su instintiva perspicacia, o más bien con lo que el vulgo llama corazonada, el objeto de aquella visita.
-Nela, querida hermana-dijo la señorita con elocuente cariño-. ¿ Qué conducta es la tuya?... ¿ Por qué no has parecido por allá en todos estos días?... Ven, Pablo desea verte... ¿ No sabes que ya puede decir « quiero ver tal cosa »? ¿ No sabes que ya mi primo no es ciego?
-Ya lo sé-dijo Nela, tomando la mano que la señorita le ofrecía y cubriéndola de besos.
-Vamos allá, vamos al momento. No hace más que preguntar por la señora Nela. Hoy es preciso que estés allí cuando D. Teodoro le levante la venda... Es la cuarta vez... El día de la
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