-Pues sí que es guapa -repitió Teodoro, tomándole la cara-. Sofía, dame tu pañuelo... Vamos,
fuera ese bigote.
Teodoro devolvió a Sofía su pañuelo después de afeitar a la Nela. Díjole a esta D. Francisco que
fuese a acompañar al ciego, y cojeando entró en la casa.
-Y cuando le contradigo -añadió el señor de Aldeacorba- mi hijo me contesta que el don de la
vista quizás altere en mí ¡qué disparate más gracioso!, la verdad de las cosas.
-No le contradiga usted y suspenda por ahora absolutamente las lecturas. Durante algunos
días ha de adoptar un régimen de tranquilidad absoluta. Hay que tratar al cerebro con grandes
miramientos antes de emprender una operación de esta clase.
-Si Dios quiere que mi hijo vea -dijo el señor de Penáguilas con fervor- le tendré a usted por el
más grande, por el más benéfico de los hombres. La oscur