-Vamos, mujer -dijo Sofía- no seas mal criada: toma lo que te dan.
-Otro vaso para el Sr. D. Teodoro -dijo D. Francisco al criado.
Oyose enseguida el rumorcillo de los menudos chorros que salían de la estrujada ubre.
-Y tendrá la apreciación justa de todas las cosas -dijo D. Francisco, repitiendo esta frase del
doctor, la cual había hecho no poca impresión en su espíritu-. Ha dicho usted, señor D.
Teodoro, una cosa admirable. Y ya que de esto hablamos, quiero confiarle las inquietudes que
hace días tengo. Sentareme también.
Acomodose D. Francisco en un banco que a la mano tenía. Teodoro, Carlos y Sofía se habían
sentado en sillas traídas de la casa, y la Nela continuaba en el banco de piedra. La leche que
acababa de tomar le había dejado un bigotillo blanco en su labio superior.
-Pues decía, Sr. D. Teodoro, que hace días me tiene inquieto el estado de exaltación en que se
halla mi hijo: yo lo atribuyo a la esperanza que le hemos dado... Pero hay más, hay más. Ya
sabe usted que acostumbro leerle diversos libros. Creo que ha enardecido demasiado su
pensamiento con mis lecturas, y que se ha desarrollado en él una cantidad de ideas superior a
la capacidad del cerebro de un hombre que no ve. No sé si me explico bien.
-Perfectamente.
-Sus cavilaciones no acaban nunca. Yo me asombro de oírle y del meollo y agudeza de sus
discursos. Creo que su sabiduría está llena de mil errores por la falta de método y por el
desconocimiento del mundo visible.
-No puede ser de otra manera.
-Pero lo más raro es que, arrastrado por su imaginación potente, la cual es como un Hércules
atado con cadenas dentro de un calabozo y que forcejea por romper hierros y muros...
-Muy bien, muy bien dicho.
-Su imaginación, digo, no puede contenerse en la oscuridad de sus sentidos, y viene a este
nuestro mundo de luz y quiere suplir con sus atrevidas creaciones la falta de sentido de la
vista. Pablo posee un espíritu de indagación asombroso; pero este espíritu de investigación es
un valiente pájaro con las alas rotas. Hace días que está delirante, no duerme, y su afán de
saber raya en locura. Quiere que a todas horas le lea libros nuevos, y a cada pausa hace las
observaciones más agudas con una mezcla de candor que me hace reír. Afirma y sostiene
grandes absurdos, y vaya usted a contradecirle... Temo mucho que se me vuelva maniático;
que se desquicie su cerebro... ¡Si viera usted cuán triste y caviloso se me pone a veces!... Y
coge un tema, y dale que le darás, no lo suelta en una semana. Hace días que no sale de un
tema tan gracioso como original. Ha dado en sostener que la Nela es bonita.
Oyéronse risas, y la Nela se quedó como púrpura.
-¡Que la Nela es bonita! -exclamó Teodoro cariñosamente-. Pues sí que lo es.
-Ya lo creo, y ahora que tiene su bigote blanco -dijo Sofía.
65