Marianela 1500000 | Page 61

En aquella casa dábanme sobras de comida, que yo llevaba a mi hermano, habitante en casa de unos dignos ropavejeros. ¿Te acuerdas, Carlos? -Me acuerdo -dijo Carlos con emoción-. Y gracias que encontré quien me diera casa por un pequeño servicio de llevar cuentas. Luego tuve la dicha de tropezar con aquel coronel retirado, que me enseñó las matemáticas elementales. -Bueno: no hay guiñapo que no saquen ustedes hoy a la calle -observó Sofía. -Mi hermano me pedía pan -añadió Teodoro- y yo le respondía: «¿Pan has dicho?, toma matemáticas...» Un día mi amo me dio entradas para el teatro de la Cruz; llevé a mi hermano y nos divertimos mucho; pero Carlos cogió una pulmonía... ¡Obstáculo terrible, inmenso! Esto era recibir un balazo al principio de la acción... Pero no, ¿quién desmaya?, adelante... a curarle se ha dicho. Un profesor de la Facultad, que me había tomado gran cariño, se prestó a curarle. -Fue milagro de Dios que me salvara en aquel cuchitril inmundo, almacén de trapo viejo, de hierro viejo y de cuero viejo. -Dios estaba con nosotros... bien claro se veía... Habíase puesto de nuestra parte... ¡Oh, bien sabía yo a quién me arrimaba! -prosiguió Teodoro, con aquella elocuencia nerviosa, rápida, ardiente, que era tan suya como las melenas negras y la cabeza de león-. Para que mi hermano tuviera medicinas fue preciso que yo me quedara sin ropa. No pueden andar juntas la farmacopea y la indumentaria. Receta tras receta, el enfermo consumió mi capa, después mi levita... mis calzones se convirtieron en píldoras... Pero mis amos no me abandonaban... volví a tener ropa y mi hermano salió a la calle. El médico me dijo: «que vaya a convalecer al campo...» Yo medité... ¿Campo dijiste? Que vaya a la escuela de Minas. Mi hermano era gran matemático. Yo le enseñé la química... pronto se aficionó a los pedruscos, y antes de entrar en la escuela, ya salía al campo de San Isidro a recoger guijarros... Yo seguía adelante en mi navegación por entre olas y huracanes... Cada día era más médico. Un famoso operador me tomó por ayudante; dejé de ser criado... Empecé a servir a la ciencia... mi amo cayó enfermo; asistile como una hermana de la Caridad... Murió, dejándome un legado... ¡cosa graciosa! Consistía en un bastón, una máquina para hacer cigarrillos, un cuerno de caza y cuatro mil reales en dinero. ¡Una fortuna!... Mi hermano tuvo libros, yo ropa, y cuando me vestí de gente, empecé a tener enfermos. Parece que la humanidad perdía la salud sólo por darme trabajo... ¡Adelante, siempre adelante!... Pasaron años, años... al fin vi desde lejos el puerto de refugio después de grandes tormentas... Mi hermano y yo bogábamos sin gran trabajo... ya no estábamos tristes... Dios sonreía dentro de nosotros. ¡Bien por los Golfines!... Dios les había dado la mano. Yo empecé a estudiar los ojos y en poco tiempo dominé la catarata; pero yo quería más... Gané algún dinero; pero mi hermano consumía bastante... Al fin Carlos salió de la escuela... ¡Vivan los hombres valientes!... Después de dejarle colocado en Riotinto, con un buen sueldo, me marché a América. Yo había sido una especie de Colón, el Colón del trabajo; y una especie de Hernán Cortés; yo había descubierto en mí un Nuevo Mundo, y después de descubrirlo, lo había conquistado. -Alábate, pandero -dijo Sofía riendo. 61