quiero imponerte un yugo tan penoso. Encontrarás hombres de mérito que te amarán y que
podrán hacerte feliz. Tu extraordinaria bondad, tus nobles prendas, tu seductora belleza, que
ha de cautivar los corazones y encender el más puro amor en cuantos te traten, asegúrante un
porvenir risueño. Yo te juro que te querré mientras viva, ciego o con vista, y que estoy
dispuesto a jurarte delante de Dios un amor grande, insaciable, eterno. ¿No me dices nada?
-Sí; que te quiero mucho, muchísimo -dijo la Nela, acercando su rostro al de su amigo-. Pero no
te afanes por verme. Quizás no sea yo tan guapa como tú crees.
Diciendo esto, la Nela había rebuscado en su faltriquera y sacado un pedazo de cristal azogado,
resto inútil y borroso de un fementido espejo que se rompiera en casa de la Señana la semana
anterior. Mirose en él; mas por causa de la pequeñez del vidrio, érale forzoso mirarse por
partes, sucesiva y gradualmente, primero un ojo, después la frente. Alejándolo, pudo abarcar
la mitad del conjunto. ¡Ay! ¡Cuán triste fue el resultado de sus investigaciones! Guardó el
espejillo, y gruesas lágrimas brotaron de sus ojos.
-Nela, sobre mi frente ha caído una gota. ¿Acaso llueve?
-Sí, niño mío, parece que llueve -dijo la Nela sollozando.
-No, es que lloras. Pues has de saber que me lo decía el corazón. Tú eres la misma bondad; tu
alma y la mía están unidas por un lazo misterioso y divino: no se pueden separar, ¿verdad? Son
dos partes de una misma cosa, ¿verdad?
-Verdad.
-Tus lágrimas me responden más claramente que cuanto pudieras decir. ¿No es verdad que me
querrás mucho lo mismo si me dan vista que si continúo privado de ella?
-Lo mismo, sí, lo mismo -dijo la Nela con vehemencia y turbación.
-¿Y me acompañarás?...
-Siempre, siempre.
-Oye tú -exclamó el ciego con amoroso arranque- si me dan a escoger entre no ver y perderte,
prefiero...
-Prefieres no ver... ¡Oh! ¡Madre de Dios divino, qué alegría tengo dentro de mí!
-Prefiero no ver con los ojos tu hermosura, porque yo la veo dentro de mí clara como la verdad
que proclamo interiormente. Aquí dentro estás, y tu persona me seduce y enamora más que
todas las cosas.
-Sí, sí, sí -afirmó la Nela con desvarío- yo soy hermosa, soy muy hermosa.
-Oye tú -exclamó el ciego con amoroso arranque- tengo un presentimiento... sí, un
presentimiento. Dentro de mí parece que está Dios hablándome y diciéndome que tendré
ojos, que te veré, que seremos felices... ¿No sientes tú lo mismo?
-Yo... El corazón me dice que me verás... pero me lo dice partiéndoseme.
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