Marianela 1500000 | Page 48

compañera de mi vida. Para que los dos seamos uno solo, me falta muy poco; sólo me falta verte y recrearme en tu belleza, con ese placer de la vista que no puedo comprender aún, pero que concibo de una manera vaga. Tengo la curiosidad del espíritu, pero la de los ojos me falta. Supóngola como una nueva manera del amor que te tengo. Yo estoy lleno de tu belleza; pero hay algo en ella que no me pertenece todavía.
- ¿ No oyes?-dijo la Nela de improviso, demostrando interés por cosa muy distinta de lo que su amigo decía.
- ¿ Qué?-Aquí dentro... ¡ La Trascava!... está hablando.
¡ Supersticiosa! El agua no habla, querida Nela. ¿ Qué lenguaje ha de saber un chorro de agua? Sólo hay dos cosas que hablan, chiquilla mía; esas dos cosas son la lengua y la conciencia.
-Y la Trascava-observó la Nela, palideciendo- es un murmullo, un sí, sí, sí... A ratos oigo la voz de mi madre, que dice clarito: « Hija mía, ¡ qué bien se está aquí!»
-Es tu imaginación. También la imaginación habla; me olvidé de decirlo. La mía a veces se pone tan parlanchina, que tengo que mandarla callar. Su voz es chillona, atropellada, inaguantable; así como la de la conciencia es grave, reposada, convincente; y lo que dice no tiene refutación.
-Ahora parece que llora... Se va poquito a poco perdiendo la voz-dijo la Nela, atenta a lo que oía.
De pronto salió por la gruta una ligera ráfaga de aire.
- ¿ No has notado que ha echado un gran suspiro?... Ahora se vuelve a oír la voz: habla bajo, y me dice al oído muy bajito, muy bajito...
- ¿ Qué te dice?
-Nada-replicó bruscamente María, después de una pausa-. Tú dices que son tonterías. Tendrás razón.
-Ya te quitaré yo de la cabeza esos pensamientos absurdos-dijo el ciego, tomándole la mano-. Hemos de vivir juntos toda la vida. ¡ Oh, Dios mío! Si no he de adquirir la facultad de que me privaste al nacer, ¿ para qué me has dado esperanzas? Infeliz de mí si no nazco de nuevo en manos del doctor Golfín. Porque esta será nacer otra vez. ¡ Y qué nacimiento! ¡ Qué nueva vida! Chiquilla mía, juro por la idea de Dios que tengo dentro de mí, clara, patente, inmutable, que tú y yo no nos separaremos jamás por mi voluntad. Yo tendré ojos, Nela, tendré ojos para poder recrearme en tu celestial hermosura, y entonces me casaré contigo. ¡ Serás mi esposa querida... serás la vida de mi vida, el recreo y el orgullo de mi alma! ¿ No dices nada a esto?
La Nela oprimió contra sí la hermosa cabeza del joven. Quiso hablar, pero su emoción no se lo permitía.
-Y si Dios no quiere otorgarme ese don-añadió el ciego- tampoco te separarás de mí, también serás mi mujer, a no ser que te repugne enlazarte con un ciego. No, no, chiquilla mía, no
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