La Nela, poco atenta a cosas tan sutiles, había cogido de las manos de su amigo las flores, y
combinaba sus risueños colores.
-Yo tenía una idea sobre esto -añadió el ciego con mucha energía- una idea con la cual estoy
encariñado desde hace algunos meses. Sí, lo sostengo, lo sostengo... No, no me hacen falta los
ojos para esto. Yo le dije a mi padre: «Concibo un tipo de belleza encantadora, un tipo que
contiene todas las bellezas posibles; ese tipo es la Nela». Mi padre se echó a reír y me dijo que
sí.
La Nela se puso como amapola y no supo responder nada. Durante un breve instante de terror
y ansiedad, creyó que el ciego la estaba mirando.
-Sí, tú eres la belleza más acabada que puede imaginarse -añadió Pablo con calor-. ¿Cómo
podría suceder que tu bondad, tu inocencia, tu candor, tu gracia, tu imaginación, tu alma
celestial y cariñosa que ha sido capaz de alegrar mis tristes días; cómo podría suceder, cómo,
que no estuviese representada en la misma hermosura?... Nela, Nela -añadió balbuciente y con
afán-. ¿No es verdad que eres muy bonita?
La Nela calló. Instintivamente se había llevado las manos a la cabeza, enredando entre sus
cabellos las florecitas medio ajadas que había cogido antes en la pradera.
-¿No respondes?... Es verdad que eres modesta. Si no lo fueras, no se rías tan repreciosa como
eres. Faltaría la lógica de las bellezas, y eso no puede ser. ¿No respondes?...
-Yo... -murmuró la Nela con timidez, sin dejar de la mano su tocado- no sé... dicen que cuando
niña era muy bonita... Ahora...
-Y ahora también.
María, en su extraordinaria confusión, pudo hablar así:
-Ahora... ya sabes tú que las personas dicen muchas tonterías... se equivocan también... a
veces el que tiene más ojos ve menos.
-¡Oh! ¡Qué bien dicho! Ven acá: dame un abrazo.
La Nela no pudo acudir pronto, porque habiendo conseguido sostener entre sus cabellos una
como guirnalda de florecillas, sintió vivos deseos de observar el efecto de aquel atavío en el
claro cristal del agua. Por primera vez desde que vivía se sintió presumida. Apoyándose en sus
manos, asomose al estanque.
-¿Qué haces, Mariquilla?
-Me estoy mirando en el agua, que es como un espejo -replicó con la mayor inocencia,
delatando su presunción.
-Tú no necesitas mirarte. Eres hermosa como los ángeles que rodean el trono de Dios.
El alma del ciego llenábase de entusiasmo y fervor.
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