-Siéntate junto a mí. ¿No estás cansada?
-Un poquitín -replicó ella, sentándose y apoyando su cabeza con infantil confianza en el
hombro de su amo.
-Respiras fuerte, Nelilla; tú estás muy cansada. Es de tanto volar... Pues lo que te iba a decir, es
esto: Hablando del mar me hiciste recordar una cosa que mi padre me leyó anoche. Ya sabes
que desde la edad en que tuve uso de razón, acostumbra mi padre leerme todas las noches
distintos libros de ciencia y de historia, de artes y de entretenimiento. Esas lecturas y estos
paseos se puede decir que son mi vida toda. Diome el Señor, para compensarme de la ceguera,
una memoria feliz, y gracias a ella he sacado algún provecho de las lecturas; pues aunque éstas
han sido sin método, yo al fin y al cabo he logrado poner algún orden en las ideas que iban
entrando en mi entendimiento. ¡Qué delicias tan grandes las mías al entender el orden
admirable del Universo, el concertado rodar de los astros, el giro de los átomos pequeñitos, y
después las leyes, más admirable aún, que gobiernan nuestra alma! También me ha recreado
mucho la historia, que es un cuento verdadero de todo lo que los hombres han hecho antes de
ahora; resultando, hija mía, que siempre han hecho las mismas maldades y las mismas
tonterías, aunque no han cesado de mejorarse, acercándose todo lo posible, mas sin llegar
nunca, a las perfecciones que sólo posee Dios. Por último, me ha leído mi padre cosas sutiles y
un poco hondas para ser penetradas de pronto; pero que suspenden y enamoran cuando se
medita en ellas. Es lectura que a él no le agrada, por no comprenderla, y que a mí me ha
cansado también unas veces, deleitándome otras. Pero no hay duda que cuando se da con un
autor que sepa hablar con claridad, esas materias son preciosas. Contienen ideas sobre las
causas y los efectos, sobre la razón de todo lo que pensamos y el modo como lo pensamos, y
enseñan la esencia de todas las cosas.
La Nela parecía no comprender ni una sola palabra de lo que su amigo decía; pero atendía
profundamente abriendo la boca. Para apoderarse de aquellas esencias y causas de que su
amo le hablaba, abría el pico como el pájaro que acecha el vuelo de la mosca que quiere cazar.
-Pues bien -añadió él- anoche leyó mi padre unas páginas sobre la belleza. Hablaba el autor de
la belleza, y decía que era el resplandor de la bondad y de la verdad, con otros muchos
conceptos ingeniosos y tan bien traídos y pensados, que daba gusto oírlos.
-Ese libro -dijo la Nela queriendo demostrar suficiencia- no será como uno que tiene padre
Centeno, que llaman... Las mil y no sé cuántas noches.
-No es eso, tontuela; habla de la belleza en absoluto... ¿no entenderás esto de la belleza
ideal?... tampoco lo entiendes... porque has de saber que hay una belleza que no se ve ni se
toca, ni se percibe con ningún sentido.
-Como, por ejemplo, la Virgen María -interrumpió la Nela- a quien no vemos ni tocamos,
porque las imágenes no son ella misma, sino su retrato.
-Estás en lo cierto: así es. Pensando en esto, mi padre cerró el libro, y él decía una cosa y yo
otra. Hablamos de la forma y mi padre me dijo: «Desgraciadamente tú no puedes
comprenderla». Yo sostuve que sí; dije que no había más que una sola belleza y que esa había
de servir para todo.
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