Marianela 1500000 | Page 39

Habían descansado. Siguieron adelante, hasta llegar a la entrada del bosque que hay más allá de Saldeoro. Detuviéronse entre un grupo de viejos nogales, cuyos troncos y raíces formaban en el suelo una serie de escalones, con musgosos huecos y recortes tan apropiados para sentarse, que el arte no los hiciera mejor. Desde lo alto del bosque corría un hilo de agua, saltando de piedra en piedra, hasta dar con su fatigado cuerpo en un estanquillo que servía de depósito para alimentar el chorro de que se abastecían los vecinos. Enfrente el suelo se deprimía poco a poco, ofreciendo grandioso panorama de verdes colinas pobladas de bosques y caseríos, de praderas llanas donde pastaban con tranquilidad vagabunda centenares de reses. En el último término dos lejanos y orgullosos cerros que eran límite de la tierra, dejaban ver en un largo segmento azul purísimo del mar. Era un paisaje cuya contemplación revelaba al alma sus excelsas relaciones con lo infinito.
Sentose Pablo en el tronco de un nogal, apoyando su brazo izquierdo en el borde del estanque. Alzaba la derecha mano para coger las ramas que descendían hasta tocar su frente, por la cual pasaba a ratos, con el mover de las hojas, un rayo de sol.
- ¿ Qué haces, Nela?-dijo el muchacho después de una pausa, no sintiendo ni los pasos, ni la voz, ni la respiración de su compañera-. ¿ Qué haces? ¿ Dónde estás?
-Aquí-replicó la Nela, tocándole el hombro-. Estaba mirando el mar.- ¡ Ah! ¿ Está muy lejos?-Allá se ve por los cerros de Ficóbriga.
-Grande, grandísimo, tan grande, que se estará mirando todo un día sin acabarlo de ver, ¿ no es eso?
-No se ve sino un pedazo como el que coges dentro de la boca cuando le pegas una mordida a un pan.
-Ya, ya comprendo. Todos dicen que ninguna hermosura iguala a la del mar, por causa de la sencillez que hay en él... Oye, Nela, lo que voy a decirte... ¿ Pero qué haces?
La Nela, agarrando con ambas manos la rama del nogal, se suspendía y balanceaba graciosamente.
-Aquí estoy, señorito mío. Estaba pensando que por qué no nos daría Dios a nosotras las personas alas para volar como los pájaros. ¡ Qué cosa más bonita que hacer zas, y remontarnos y ponernos de un vuelo en aquel pico que está allá entre Ficóbriga y el mar!...
-Si Dios no nos ha dado alas; en cambio nos ha dado el pensamiento, que vuela más que todos los pájaros, porque llega hasta el mismo Dios... Dime tú, ¿ para qué querría yo alas de pájaro, si Dios me hubiera negado el pensamiento?
-Pues a mí me gustaría tener las dos cosas. Y si tuviera alas, te cogería en mi piquito para llevarte por esos mundos y subirte a lo más alto de las nubes.
El ciego alargó su mano hasta tocar la cabeza de la Nela.
39