-Me gusta tu amo. ¿Es de este país?
-Sí, señor, es hijo único de D. Francisco Penáguilas, un caballero muy bueno y muy rico que
vive en las casas de Aldeacorba.
-Dime ¿y a ti por qué te llaman la Nela? ¿Qué quiere decir eso?
La muchacha alzó los hombros. Después de una pausa, repuso:
-Mi madre se llamaba la señá María Canela; pero le decían Nela. Dicen que este es nombre de
perra. Yo me llamo María.
-Mariquita.
-María Nela me llaman y también La Hija de la Canela. Unos me dicen Marianela, y otros nada
más que la Nela.
-¿Y tu amo, te quiere mucho?
-Sí, señor, es muy bueno. Él dice que ve con mis ojos, porque como le llevo a todas partes y le
digo cómo son todas las cosas...
-Todas las cosas que no puede ver.
El forastero parecía muy gustoso de aquel coloquio.
-Sí, señor; yo le digo todo. Él me pregunta cómo es una estrella, y yo se la pinto de tal modo
hablando, que para él es lo mismito que si la viera. Yo le explico todo, cómo son las yerbas, las
nubes, el cielo, el agua y los relámpagos, las veletas, las mariposas, el humo, los caracoles, el
cuerpo y la cara de las personas y de los animales. Yo le digo lo que es feo y lo que es bonito, y
así se va enterando de todo.
-Veo que no es flojo tu trabajo. ¡Lo feo y lo bonito! Ahí es nada... ¿Te ocupas de eso?... Dime,
¿sabes leer?
-No, señor. Si yo no sirvo para nada.
Decía esto en el tono más convincente, y el gesto de que acompañaba su firme protesta
parecía añadir: «Es usted un majadero en suponer que yo sirvo para algo.»
-¿No verías con gusto que tu amito recibía de Dios el don de la vista?
La muchacha no contestó nada. Después de una pausa, dijo:
-¡Divino Dios! Eso es imposible.
-Imposible no, aunque difícil.
-El ingeniero director de las minas ha dado esperanzas al padre de mi amo.
-¿D. Carlos Golfín?
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