-Sí; indudablemente eras muy bonita -afirmó el forastero con el alma inundada de bondad-. Y
todavía lo eres... Pero dime otra cosa. ¿Hace mucho tiempo que vives en las minas?
-Dicen que hace tres años. Dicen que mi madre me recogió después de la caída. Mi padre cayó
enfermo, y como mi madre no le quiso asistir, porque era malo, él fue al hospital donde dicen
que se murió. Entonces vino mi madre a trabajar a las minas. Dicen que un día la despidió el
jefe porque había bebido mucho aguardiente...
-Y tu madre se fue... Vamos, ya me interesa esa señora. Se fue...
-Se fue a un agujero muy grande que hay allá arriba -dijo Nela, deteniéndose ante el doctor y
dando a su voz el tono más patético- y se metió dentro.
-¡Canario! ¡Vaya un fin lamentable! Supongo que no habrá vuelto a salir.
-No, señor -replicó la Nela con naturalidad-. Allí dentro está.
-Después de esa catástrofe, pobre criatura -dijo Golfín con cariño-, has quedado trabajando
aquí. Es un trabajo muy penoso el de la minería. Tú estás teñida del color del mineral; estás
raquítica y mal alimentada. Esta vida destruye las naturalezas más robustas.
-No, señor, yo no trabajo. Dicen que yo no sirvo ni puedo servir para nada.
-Quita allá, tonta, tú eres una alhaja.
-Que no señor -dijo Nela insistiendo con energía-. Si no puedo trabajar. En cuanto cargo un
peso pequeño, me caigo al suelo. Si me pongo a hacer a