Marianela 1500000 | Page 16

-¡Pobrecita! Tú trabajarás en las minas... -No, señor. Yo no sirvo para nada -replicó sin alzar del suelo los ojos. -Pues a fe que tienes modestia. Teodoro se inclinó para mirarle el rostro. Este era delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduzcas. Tenía pequeña la frente, picudilla y no falta de gracia la nariz, negros y vividores los ojos; pero comúnmente brillaba en ellos una luz de tristeza. Su cabello dorado-oscuro había perdido el hermoso color nativo por la incuria y su continua exposición al aire, al sol y al polvo. Sus labios apenas se veían de puro chicos, y siempre estaban sonriendo; pero aquella sonrisa era semejante a la imperceptible de algunos muertos cuando han dejado de vivir pensando en el cielo. La boca de la Nela, estéticamente hablando, era desabrida, fea; pero quizás podía merecer elogios, aplicándole el verso de Polo de Medina: «es tan linda su boca que no pide». En efecto; ni hablando, ni mirando, ni sonriendo revelaba aquella miserable el hábito degradante de la mendicidad callejera. Golfín le acarició el rostro con su mano, tomándolo por la barba y abarcándolo casi todo entre sus gruesos dedos. -¡Pobrecita! -exclamó-. Dios no ha sido generoso contigo. ¿Con quién vives? -Con el señor Centeno, capataz de ganado en las minas. -Me parece que tú no habrás nacido en la abundancia. ¿De quién eres hija? -Dicen que mi madre vendía pimientos en el mercado de Villamojada. Era soltera. Me tuvo un día de Difuntos, y después se fue a criar a Madrid. -¡Vaya con la buena señora! -murmuró Teodoro con malicia-. Quizás no tenga nadie noticia de quién fue tu papá. -Sí, señor -replicó la Nela con cierto orgullo-. Mi padre fue el primero que encendió las luces en Villamojada. -¡Cáspita! -Quiero decir que cuando el Ayuntamiento puso por primera vez faroles en las calles -dijo la muchacha, dando a su relato la gravedad de la historia-, mi padre era el encargado de encenderlos y limpiarlos. Yo estaba ya criada por una hermana de mi madre, que era también soltera, según dicen. Mi padre había reñido con ella... Dicen que vivían juntos... todos vivían juntos... y cuando iba a farolear me llevaba en el cesto, junto con los tubos de vidrio, las mechas, la aceitera... Un día dicen que subió a limpiar el farol que hay en el puente; puso el cesto sobre el antepecho, yo me salí fuera y caíme al río. -¡Y te ahogaste! -No, señor; porque caí sobre piedras. ¡Divina Madre de Dios! Dicen que antes de eso era yo muy bonita. 16