-Retírese usted.
-Morir... morirse así sin causa alguna... Esto no puede ser -exclamó Florentina con angustia,
poniendo la mano sobre la frente de la Nela-. ¡María!... ¡Marianela!
La llamó repetidas veces, inclinada sobre ella, mirándola como se mira y como se llama desde
los bordes de un pozo a la persona que se ha caído en él y se sumerge en las hondísimas y
negras aguas.
-No responde -dijo Pablo con terror.
Golfín tentaba aquella vida próxima a su extinción y observó que bajo su tacto aún latía la
sangre.
Pablo se inclinó sobre ella, acercó sus labios al oído de la moribunda y gritó:
-¡Nela, Nela, amiga querida!
Entonces ella se agitó, abrió los ojos, movió las manos. Parecía que había vuelto desde muy
lejos. Al ver que las miradas de Pablo se clavaban en ella con observadora curiosidad, hizo un
movimiento de vergüenza y terror, y quiso ocultar su pobre rostro como se oculta un crimen.
-¿Qué es lo que tiene? -exclamó Florentina con ardor-. D. Teodoro, no es usted hombre si no la
salva... Si no la salva usted es usted un charlatán.
La insigne joven parecía colérica en fuerza de ser caritativa.
-¡Nela! -repitió Pablo, traspasado de dolor y no repuesto del asombro que le había producido
la vista de su lazarillo-. Parece que me tienes miedo. ¿Qué te he hecho yo?
La enferma alargó entonces sus manos, tomó la de Florentina y la puso sobre su pecho; tomó
después la de Pablo y la puso también sobre su pecho. Después las apretó allí desarrollando un
poco de fuerza. Sus ojos hundidos les miraban; pero su mirada era lejana, venía de allá abajo,
de algún hoyo profundo y oscuro. Hay que decir como antes que miraba desde el lóbrego
hueco de un pozo que a cada instante era más hondo. Su respiración fue de pronto muy
fatigosa. Suspiró varias veces, oprimiendo sobre su pecho con más fuerza las manos de los dos
jóvenes.
Teodoro puso en movimiento toda la casa; llamó y gritó; hizo traer medicinas, poderosos
revulsivos, y trató de suspender el rápido descenso de aquella vida.
-Difícil es -exclamó- detener una gota de agua que resbala, que resbala ¡ay!, por la pendiente
abajo y está ya a dos pulgadas del Océano; pero lo intentaré.
Mandó retirar a todo el mundo. Sólo Florentina quedó en la estancia. ¡Ah!, los revulsivos
potentes, los excitantes nerviosos mordiendo el