que me parece que nunca te he visto bien hasta hoy... nunca hasta hoy, porque ya he tenido
tiempo de comparar... He visto muchas mujeres... todas son horribles junto a ti... Si me cuesta
trabajo creer que hayas existido durante mi ceguera... No, no, lo que me ocurre es que naciste
en el momento en que se hizo la luz dentro de mí, que te creó mi pensamiento en el instante
de ser dueño del mundo visible... Me han dicho que no hay ninguna criatura que a ti se
compare. Yo no lo quería creer; pero ya lo creo, lo creo como creo en la luz.
Diciendo esto puso una rodilla en tierra. Alarmada y ruborizada Florentina dejó de prestar
atención a la costura.
-Primo... ¡por Dios!... -murmuró.
-Prima... ¡por Dios! -exclamó Pablo con entusiasmo candoroso- ¿por qué eres tú tan bonita?...
Mi padre es muy razonable... no se puede oponer nada a su lógica ni a su bondad... Florentina,
yo creí que no podía quererte; yo creí posible querer a otra más que a ti... ¡Qué necedad!
Gracias a Dios que hay lógica en mis afectos... Mi padre, a quien he confesado mis errores, me
ha dicho que yo amaba a un monstruo... Ahora puedo decir que idolatro a un ángel. El
estúpido ciego ha visto ya y al fin presta homenaje a la verdadera hermosura... pero yo
tiemblo... ¿no me ves temblar? Te estoy viendo y no deseo más que poder cogerte y
encerrarte dentro de mi corazón, abrazándote y apretándote contra mi pecho... fuerte, muy
fuerte.
Pablo, que había puesto las dos rodillas en tierra, se abrazaba a sí mismo.
-Yo no sé lo que siento -añadió con turbación, torpe la lengua, pálido el rostro-. Cada día
descubro un nuevo mundo, Florentina. Descubrí el de la luz, descubro hoy otro... ¿Es posible
que tú, tan hermosa, tan divina, seas para mí? ¡Prima, prima mía, esposa de mi alma!
Parecía que iba a caer al suelo desvanecido. Florentina hizo ademán de levantarse. Pablo le
tomó una mano; después