-Ven acá -le dijo-. Desde este momento, que quieras que no, te hago mi esclava. Eres mía y no
has de hacer sino lo que yo te mande. ¡Pobre criatura, formada de sensibilidad ardiente, de
imaginación viva, de candidez y de superstición, eres una admirable persona nacida para todo
lo bueno; pero desvirtuada por el estado salvaje en que has vivido, por el abandono y la falta
de instrucción, pues careces hasta de la más elemental! ¡En qué donosa sociedad vivimos, que
se olvida hasta este punto de sus deberes y deja perder de este modo un ser preciosísimo!...
Ven acá, que no has de separar de mí; te tomo, te cazo, esa es la palabra, te cazo con trampa
en medio de los bosques, fierecita silvestre, y voy a ensayar en ti un sistema de educación...
Veremos si sé tallar este hermoso diamante... ¡Ah!, ¡cuántas cosas ignoras! Yo te descubriré un
nuevo mundo en tu alma, te haré ver mil asombrosas maravillas que hasta ahora no has
conocido, aunque de todas ellas has de tener tú una idea confusa, una idea vaga. ¿No sientes
en tu pobre alma?... ¿cómo te lo diré?, el brotecillo, el pimpollo de una virtud que es la más
preciosa y la madre de todas, la humildad, una virtud por la cual gozamos extraordinariamente
¡mira tú qué cosa tan rara!, al vernos inferiores a los demás? Gozamos, sí, al ver que otros
están por encima de nosotros. ¿No sientes también la abnegación, por la cual nos
complacemos en sacrificarnos por los demás y hacernos pequeñitos para que los demás sean
grandes? Tú aprenderás esto, aprenderás a poner tu fealdad a los pies de la hermosura, a
contemplar con serenidad y alegría los triunfos ajenos, a cargar de cadenas ese gran corazón
tuyo, sometiéndolo por completo, para que jamás vuelva a sentir envidia ni despecho, para
que ame a todos por igual, poniendo por encima de todos a los que te han causado daño.
«Entonces serás lo que debes ser por tu natural condición y por las cualidades que posees
desde el nacer. ¡Infeliz!, has nacido en medio de una sociedad cristiana, y ni siquiera eres
cristiana; vive tu alma en aquel estado de naturalismo poético, sí, esa es la palabra y te la digo
aunque no la entiendas... en aquel estado en que vivieron pueblos de que apenas queda
memoria. Los sentidos y las pasiones te gobiernan, y la forma es uno de tus dioses más
queridos. Para ti han pasado en vano diez y ocho siglos consagrados a la sublimación del
espíritu. Y esta sociedad egoísta que ha permitido tal abandono, ¿qué nombre merece? Te ha
dejado crecer en la soledad de unas minas, sin enseñarte una letra, sin hacerte conocer las
conquistas más preciosas de la inteligencia, las verdades más elementales que hoy gobiernan
al mundo; ni siquiera te ha llevado a una de esas escuelas de primeras letras, donde no se
aprende casi nada; ni siquiera te ha dado la imperfectísima instrucción religiosa de que ella se
envanece. Apenas has visto una iglesia más que para presenciar ceremonias que no te han
explicado; apenas sabes recitar una oración que no entiendes; no sabes nada del mundo, ni de
Dios, ni del alma... Pero todo lo sabrás; tú serás otra, dejarás de ser la Nela, yo te lo prometo,
para ser una señorita de mérito, una mujer de bien.»
No puede afirmarse que la Nela entendiera el anterior discurso, pronunciado por Golfín con tal
vehemencia y brío que olvidó un instante la persona con quien hablaba. Pero la vagabunda
sentía una fascinación extraña, y las ideas de aquel hombre penetraban dulcemente en su
alma hallando fácil asiento en ella. Parece que se efectuaba sobre la tosca muchacha el
potente y fatal dominio que la inteligencia superior ejerce sobre la inferior. Triste y silenciosa
recostó su cabeza sobre el hombro de Teodoro.
-Vamos allá -dijo este súbitamente.
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