-Arrojándose a ella. Los que han entrado no han vuelto a salir, y es lástima, porque nos
hubieran dicho qué pasaba allá dentro. La boca de esa caverna hállase a bastante distancia de
nosotros; pero hace dos años los mineros, cavando en este sitio, descubrieron una hendidura
en la peña, por la cual se oye el mismo hervor de agua que por la boca principal. Esta
hendidura debe comunicar con las galerías de allá dentro, donde está el resoplido que sube y
el chorro que baja. De día podrá usted verla perfectamente, pues basta trepar un poco por las
piedras del lado izquierdo, para llegar hasta ella. Hay un cómodo asiento. Algunas personas
tienen miedo de acercarse; pero la Nela y yo nos sentamos allí muy a menudo a oír cómo
resuena la voz del abismo. Y efectivamente, señor, parece que nos hablan al oído. La Nela dice
y jura que oye palabras, que las distingue claramente. Yo, la verdad, nunca he oído palabras;
pero sí un murmullo como soliloquio o meditación, que a veces parece triste, a veces alegre, a
veces colérico, a veces burlón.
-Pues yo no oigo sino ruido de gárgaras -dijo el doctor riendo.
-Así parece desde aquí... Pero no nos retardemos, que es tarde. Prepárese usted a pasar otra
galería.
-¿Otra?
-Sí, señor. Y ésta, al llegar a la mitad se divide en dos. Hay después un laberinto de vueltas y
revueltas, porque se hicieron galerías que después quedaron abandonadas, y aquello está
como Dios quiere. Choto, adelante.
Choto se metió por un agujero, como hurón que persigue al conejo, y siguiéronle el doctor y su
guía, que tentaba con su palo el tortuoso, estrecho y lóbrego camino. Nunca el sentido del
tacto había tenido más delicadeza y finura, prolongándose desde la epidermis humana hasta
un pedazo de madera insensible. Avanzaron, describiendo primero una curva, después ángulos
y más ángulos, siempre entre las dos paredes de tablones húmedos y medio podridos.
-¿Sabe usted a lo que me parece esto? -dijo el doctor, conociendo que los símiles agradaban a
su guía-. Pues se me parece a los pensamientos del hombre perverso. Parece que somos la
intuición del malo, cuando penetra en su conciencia para verse en toda su fealdad.
Creyó Golfín que se había expresado en lenguaje poco inteligible para el ciego; mas éste
probole lo contrario, diciendo:
-Para el que posee ese reino desconocido de la luz, estas galerías deben de ser tristes; pero yo,
que vivo en tinieblas, hallo aquí cierta conformidad de la tierra con mi propio ser. Yo ando por
aquí como usted por la calle más ancha. Si no fuera porque unas veces es escaso el aire y otras
la humedad excesiva, preferiría estos lugares subterráneos a todos los demás lugares que
conozco.
-Esto es la idea de la meditación.
-Yo siento en mi cerebro un paso, un agujero lo mismo que este por donde voy, y por él corren
mis ideas desarrollándose magníficamente.
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