-La Nela es una muchacha que me acompaña; es mi lazarillo. Al anochecer volvíamos juntos del
prado grande... hacía un poco de fresco. Como mi padre me ha prohibido que ande de noche
sin abrigo, metime en la cabaña de Romolinos, y la Nela corrió a mi casa a buscarme el gabán.
Al poco rato de estar en la cabaña, acordeme de que un amigo había quedado en esperarme
en casa; no tuve paciencia para aguardar a la Nela, y salí con Choto. Pasaba por la Terrible,
cuando le encontré a usted... Pronto llegaremos a la herrería. Allí nos separaremos, porque mi
padre se enoja cuando entro tarde en casa, y ella le acompañará a usted hasta las oficinas.
-Muchas gracias, amigo mío.
El túnel les había conducido a un segundo espacio más singular que el anterior. Era una
profunda grieta abierta en el terreno, a semejanza de las que resultan de un cataclismo; pero
no había sido abierta por las palpitaciones fogosas del planeta, sino por el laborioso azadón del
minero. Parecía el interior de un gran buque náufrago, tendido sobre la playa, y a quien las
olas hubieran quebrado por la mitad, doblándole en un ángulo obtuso. Hasta se podían ver sus
descarnados costillajes, cuyas puntas coronaban en desigual fila una de las alturas. En la
concavidad panzuda distinguíanse grandes piedras, como restos de carga maltratados por las
olas; y era tal la fuerza pictórica del claro-oscuro de la luna, que Golfín creyó ver, entre mil
despojos de cosas náuticas, cadáveres medio devorados por los peces, momias, esqueletos,
todo muerto, dormido, semi-descompuesto y profundamente tranquilo, cual si por mucho
tiempo morara en la inmensa sepultura del mar.
La ilusión fue completa cuando sintió rumor de agua, un chasquido semejante al de las olas
mansas cuando juegan en los huecos de una peña o azotan el esqueleto de un buque
náufrago.
-Por aquí hay agua -dijo a su compañero.
-Ese ruido que usted siente -replicó el ciego deteniéndose- y que parece... ¿cómo lo diré? ¿no
es verdad que parece ruido de gárgaras, como el que hacemos cuando nos curamos la
garganta?
-Exactamente. ¿Y dónde está ese buche de agua? ¿Es algún arroyo que pasa?
-No, señor. Aquí, a la izquierda, hay una loma. Detrás de ella se abre una gran boca, una sima,
un abismo cuyo fin no se sabe. Se llama la Trascava. Algunos creen que va a dar al mar por
junto a Ficóbriga. Otros dicen que por el fondo de él corre un río que está siempre dando
vueltas y más vueltas, como una rueda, sin salir nunca fuera. Yo me figuro que será como un
molino. Algunos dicen que hay allá abajo un resoplido de aire que sale de las entrañas de la
tierra, como cuando silbamos, el cual resoplido de aire choca contra un chorro de agua, se
ponen a reñir, se engrescan, se enfurecen y producen ese hervidero que oímos de fuera.
-¿Y nadie ha bajado a esa sima?
-No se puede bajar sino de una manera.
-¿Cómo?
10