Marejadas Rurales y Luchas por la vida CONSTRUCCIÓN SOCIOCULTURAL y ECONÓMICA del CAMPO | Page 173

148 MARÍA PAULA HERRERA SALAZAR Saberes de milperos: reflexiones en torno a la alimentación territorializada de los choles de Tila Así, decidí trabajar con un número reducido de familias para poder participar lo suficiente en su cotidianidad y construir con ellos algunos planteamientos frente a lo que significa “alimentarse” para los choles de Tila y Nicolás Bravo. En ese sentido, al hablar de “los choles de Tila y Nicolás Bravo” me refiero específicamente a la etnografía realizada con las 7 familias nucleares –que constituyen 3 familias extensas– con las que tuve la oportunidad de compartir entre los meses de febrero y junio del año 2015. El trabajo de campo que realicé con ellos fue “desde la cocina”, una metodología consistente en cocinar, comer, compartir y conversar con las familias siguiendo el presupuesto de lo que la antropóloga Natalia Giraldo Jaramillo denomina una “observada participación observante”, en la cual ni el investigador está aislado de lo que investiga, ni las personas con las que trabaja permanecen impasibles ante su presencia (Giraldo Jaramillo, 2014). La objetivación participante de esta postura epistemológica me llevó a comprender con mayor claridad, por ejemplo, que la condición de género que como mujer me asigna tradicionalmente al espacio doméstico de la casa favoreció el ejercicio y me posibilitó entrar en confianza para poder acceder a la cocina de las familias choles con las que tuve el gusto de compartir. Esa es la principal razón epistemológica de presentar los resultados en primera persona, compaginando –como diría Norbert Elias– el ellos-yo-nosotros (Elias, La sociedad y los individuos, 1990). Además, reconocerme como parte de la investigación significó involucrarme día a día en la búsqueda de los ingredientes, ayudar a preparar los alimentos, sentarme a comer con la familia, escuchar sus historias y lavar los trastes conversando en el proceso. Solo allí pude advertir con profundidad las cualidades de su alimentación, los ritmos, las razones prácticas y simbólicas que los llevaban a tomar ciertas decisiones a la hora de alimentarse, y demás aspectos que, de otra forma, por mi situación de extranjera y hablante de un idioma que no es el suyo, me hubieran sido incomprensibles. Tal es el caso de la milpa, cholel, ese policultivo agroecológico que me era desconocido y cuyas relaciones sinérgicas solo entendí tras las visitas que realizamos con las mujeres y las niñas en busca de leña para cocinar, frutas, verduras silvestres (montes), medicinas, hojas para preparar tamales, entre otra multiplicidad de elementos fundamentales en su vida cotidiana. En síntesis, fue gracias a la metodología participativa que asumí en el trabajo, como pude concluir –con el sociólogo francés Jean Pierre Poulain– que “comer es incorporar un territorio” (Poulain, 2002: 227). Y lo es en varios