helada.
—¿Quieres dej arlo? ¿Por qué? ¿Qué he hecho?
—No has hecho nada, Trav. ¿No te has percatado de cóm o m iraba
todo el m undo? Me estoy convirtiendo rápidam ente en la paria del este
de los Estados Unidos.
Travis sacudió la cabeza y se encendió un cigarrillo.
—No es problem a m ío.
—Sí que lo es. Parker dice que todo el m undo piensa que se está
buscando una buena porque tú estás enam orado de m í.
Las cej as de Travis se elevaron repentinam ente y se atragantó con el
hum o que acababa deinhalar.
—¿Eso dice la gente? —preguntó entre toses.
Asentí. Miró a lo lej os con los oj os m uy abiertos y dando otra
calada.
—¡Travis! ¡Me tienes que liberar de la apuesta! No puedo quedar
con Parker yvivircontigoalmismotiempo.¡Resultahorrible!
—Pues dej a de quedar con Parker.
Lo m iré airadam ente.
—Ese no es el problem a y tú lo sabes.
—¿Es la única razón por la que quieres que te libere de la apuesta?
¿Por el qué dirán?
—Por lo m enos antes era tonta y tú, un m alvado —refunfuñé.
—Contesta la pregunta, Palom a.
—¡Sí!
Travis m iró por encim a de m í a los estudiantes que entraban y salían
de la cafetería. Estaba deliberando y y o hervía de im paciencia m ientras
a él le costaba bastante tom ar unadecisión.
Finalm ente, se estiró y decidió.
—No.
Agité la cabeza, segura de haberlo oído m al.
—Perdona, ¿qué has dicho?
—No. Tú m ism a lo dij iste: una apuesta es una apuesta. En cuanto
pase el m es se acabó, podrás ser libre de ir con Parker, él se hará m
édico, os casaréis y tendréis los dos niños y m edio que tocan y nunca
volveré a verte. —Gesticulaba con sus palabras—. Todavía tengo tres