o esperaba.
—Estás… preciosa.
—Gracias —dij e, agitada por la falta de irritación o celos en su voz.
Shepley silbó.
—Buena opción, Abby. A los tíos les encanta el roj o.
—Y los rizos son atractivos —añadió Am erica.
Sonó el tim bre de la puerta y Am erica sonrió, saludando con la m
ano con exagerado nerviosism o.
—¡Que te lo pases bien!
Abrí la puerta. Parker sostenía un ram ito de flores y llevaba pantalo-
nes de vestir y una corbata. Sus oj os hicieron un rápido recorrido de m i
vestido a los zapatos y de nuevo al vestido.
—Eres la criatura m ás herm osa que he visto j am ás —dij o em
belesado.
Me volví para decirle adiós con la m ano a Am erica, cuy a sonrisa
era tan am plia que podía ver cada uno de sus dientes. Shepley tenía la ex-
presión de un padreorgullosoyTravismanteníalosojosfijosenlatelevisión.
Parker m e conduj o al reluciente Porsche. Una vez dentro, dio un
suspiro.
—¿Qué? —pregunté.
—Tengo que decir que estaba un poco nervioso por lo de recoger a la
m uj er de la que está enam orado Travis Maddox… en su apartam ento.
No sabes cuánta gente m e ha dicho hoy que estabaloco.
—Travis no está enam orado de m í. A veces casi no puede aguantar
tenerm e cerca.
—¿Entonces es una relación de am or-odio? Porque, cuando les solté
a los de la herm andad que te iba a sacar por ahí esta noche, todos m e
dij eron lo m ism o. Se com porta tan erráticam ente (incluso m ás que
habitualm ente) que todos han llegado a la m ism aconclusión.
—Pues se equivocan —insistí.
Parker sacudió la cabeza com o si y o fuera totalm ente estúpida. Puso
su m ano sobre la m ía.
—Mej or nos vam os. Tengo reservada una m esa.
—¿Dónde?
—En Biasetti. Me atreví… Espero que te guste la com ida italiana.
Levanté una cej a.