de la parte de atrás, pero yo estaba hipnotizada por el rastro de color rojo
que iba del pecho a la cintura. Unas botas negras y pesadas se pararon
enfrente de mí, desviando mi atención hacia el suelo. Mis ojos volaron
hacia arriba: tejanos manchados de sangre, unos abdominales bien cince-
lados, un torso desnudo, tatuado, empapado de sudor y, finalmente, unos
cálidos ojos marrones. Alguien me empujó por detrás y travis me tomó
por el brazo antes de que cayera hacia delante.
–¡Eh! ¡Alejaos de ella! –exclamó Travis, con el ceño fruncido mien-
tras apartaba a cualquiera que se me acercase..
Su expresión seria se fundió en una sonrisa al ver mi ropa y luego me
secó la cara con una toalla.
–Lo siento, Paloma.
Adam le dio a Travis unas palmaditas en la cabeza.
–¡Vamos, Perro Loco! ¡Tu pasta te espera!
Sus ojos no se apartaron de los míos.
–Vaya, qué lástima lo de la chaqueta. Te queda bien.
Acto seguido, fue engullido por sus fans y desapareció tal y como
había llegado.
–¿En qué pensabas, idiota? –gritó America, tirandome del brazo.
–He venido aquí para ver una pelea, ¿no? –sonreí.
–Abby, ni siquiera deberías estar aquí –me regañó Shepley.
–America tampoco –le contesté.
–¡Ella no intenta meterse en el ring! –dijo frunciendo el ceño– Vamonos.
America me sonrió y me limpió la cara..
–Eres un grano en el culo, Abby. Dios, ¡cómo te quiero!
Me rodeó el cuello con el brazo y nos abrimos paso en dirección a las
escaleras y hacia la noche..
America me acompañó hasta mi cuarto y luego se burló de Kara, mi
compañera de habitación. Enseguida me quité la rebeca ensangretada y
la arrojé al cesto de ropa sucia.
–Qué asco. ¿Dónde has estado? –preguntó Kara, desde su cama.
Miré a America, quien se encogió de hombros.
–Ha sangrado por la nariz. ¿Nunca has visto uno de los famosos san-
grados de nariz de Abby? –Kara se puso las gafas y negó con la cabeza–
Seguro que lo harás.
Me guiñó el ojo y luego cerró la puerta tras ella.