—¿Y ahora? ¿Puedo ducharm e?
—Sí… —dij o él, con un suspiro.
Oí los zapatos de Am erica en el pasillo, que atropellaban a Travis.
—Eres un cabrón egoísta —gruñó ella, cerrando tras ella la puerta de
Shepley con un portazo.
Me levanté del suelo apoy ándom e en la puerta, abrí el agua de la
ducha y, entonces, m e desvestí y corrí.
Después oí que volvían a llam ar a la puerta, y que Travis se aclaraba
la garganta.
—¿Palom a? Te he traído unas cuantas cosas.
—Déj alas en el lavabo. Después las cogeré. Travis entró y cerró la
puerta.
—Estaba enfadado. Te oí escupiendo todos m is defectos delante de
Am erica, y eso m e cabreó. Solo pretendía ir a tom ar unas copas e in-
tentar aclararm e las ideas, pero, antes de darm e cuenta, estaba totalm
ente borracho y esaschicas…
—Hizo una pausa—. Me desperté esta m añana y no estabas en la
cam a y, cuando te encontré en el sillón y vi los envoltorios en el suelo,
sentínáuseas.
—Podrías habérm elo pedido antes de gastarte todo ese dinero en com
ida solo para obligarm e a quedarm e.
—No m e im porta el dinero, Palom a. Tenía m iedo de que te fueras
y no volvieras a dirigirm e la palabra j am ás.
Su explicación m e hizo sentir avergonzada. No m e había parado a
pensar en cóm o le habría sentado oírm e hablar de lo m alo que era él
para m í, y ahora la situación se había com plicado de form a salvaj e.
—No pretendía herir tus sentim ientos —dij e, de pie baj o el agua.
—Sé que no. Y sé que no im porta lo que diga ahora, porque he j odi-
do las cosas…, com o hago siem pre.
—¿Trav?
—¿Sí?
—No vuelvas a conducir la m oto borracho, ¿vale?
Esperé un m inuto entero hasta que él respiró hondo y habló por fin.
—Sí, vale —dij o, antes de cerrar la puerta tras él.