Cuando m e vio, se quedó helado. Después de una pausa incóm oda,
su expresión se relaj ó y su voz sonó tranquila y dulce.
—Hola, Palom a.
Si m e hubiera despertado en un país extranj ero, no m e habría senti-
do m ás confusa. Nada de aquello tenía sentido. Prim ero había pensado
que m e habían echado, y después Travis aparece con bolsas llenas de m
i com ida favorita.
Dio unos pasos hacia el com edor, m etiéndose nervioso las m anos
en los bolsillos.
—¿Tienes ham bre, Palom a? Te prepararé unas tortitas. Ah, y tam
bién hay avena. Y te he com prado esa espum a rosa con la que se depilan
las chicas, y un secador y …, y … espera un segundo, está aquí —dij o,
corriendo al dorm itorio.
Se abrió la puerta, se cerró y entonces apareció por la esquina, pálido.
Respiró hondo y levantó las cej as.
—Todas tus cosas están recogidas.
—Lo sé —dij e.
—Te vas —adm itió, derrotado.
Miré a Am erica, que estaba fulm inando a Travis, com o si pudiera m
atarlo con la mirada.
—¿De verdad esperabas que se quedara?
—Nena… —susurró Shepley.
—Joder, Shepley, no em pieces. Y ni se te ocurra defenderlo —sen-
tenció Am erica,furiosa.
Travis parecía desesperado.
—Lo siento m uchísim o, Palom a. Ni siquiera sé qué decir.
—Abby, vám onos —dij o Am erica. Se levantó y m e tiró del brazo.
Travis dio un paso hacia delante, pero Am erica lo apuntó con
un dedo amenazante.
—¡Por Dios santo, Travis! ¡Com o intentes detenerla, te rociaré con
gasolina y te prenderé fuego m ientras duerm es!
—Am erica —la interrum pió Shepley, que parecía tam bién un poco
desesperado.
Vi con claridad que se debatía entre apoy ar a su prim o o a la m uj
er a la que am aba, y m e sentí fatal por él. Se encontraba en la situación
exacta que había intentado evitar desde el principio.