Después de que la incom odidad desapareciera, se despertó la ira, y
seguí sin poder conciliar el sueño. Cuando la respiración de Travis se
volvió profunda y regular, m e senté para m irar el reloj . El sol em peza-
ría a salir en m enos de una hora. Me desem baracé de las sábanas, salí
de la habitación y saqué una m anta del arm ario del pasillo. Las únicas
pruebas que quedaban del trío de Travis eran dos paquetes de condones
en el suelo. Los pisé y m e dej é caer en elsillón.
Cerré los oj os. Cuando volví a abrirlos de nuevo, Am erica y Shepley
estaban sentados en silencio en el sofá viendo la televisión sin sonido.
El sol ilum inaba el apartam ento, y m e encogí cuando m i espalda se
quej ó al m enor intento de moverme.
Am erica centró su atención en m í.
—¿Abby ? —dij o ella, corriendo j unto a m í.
Me dedicó una m irada cautelosa. Esperaba que reaccionara con ira,
lágrim as o cualquier otro estallido emocional.
Shepley parecía hecho polvo.
—Siento lo de anoche, Abby. Todo esto es culpa m ía. Sonreí.
—Tranquilo, Shep. No tienes de qué disculparte.
Am erica y Shepley intercam biaron unas m iradas, y después ella m
e cogió la m ano.
—Travis se ha ido a la tienda. Está…, bueno, da igual dónde está. He
recogido tus cosas y te llevaré a la residencia antes de que vuelva a casa
para que no tengas queverlo.
Hasta ese m om ento, no sentí ganas de llorar. Me habían echado. Me
esforcé para hablar con voz calm ada:
—¿Tengo tiem po para darm e una ducha? Am erica negó con la
cabeza.
—Vám onos y a, Abby. No quiero que tengas que verlo. No m erece
que…
La puerta se abrió de par en par, y Travis entró, con los brazos car-
gados de bolsas de com ida. Fue directam ente a la cocina y em pezó a
guardar las latas y cajasenlosarmariosatodaprisa.
—Cuando Palom a se despierte, decídm elo, ¿vale? —dij o con voz
suave—. He traído espaguetis, tortitas, fresas y esa cosa de avena con los
trozos de chocolate; y le gustan los cereales Fruity Pebbles, ¿verdad,
Mare? —preguntó él, m ientras se daba lavuelta.