Maravilloso desastre Maravilloso Desastre | Page 74

había convertido en la m ala de la historia, y no tenía ni idea de cóm o había llegado hasta esepunto. Cuando el reloj que había sobre la televisión m arcaba las dos de la m añana, acabé resignándom e a irm e a la cam a. Aquel colchón resultaba solitario sin él, y la idea de llam arlo al m óvil em pezó a rondarm e por la cabeza. Casi m e había quedado dorm ida cuando la m oto de Travis se detuvo en el aparcam iento. Dos puertas de un coche se cerraron poco después, y oí las pisadas de varias personas que subían las escaleras. Travis buscó a tientas la cerradura y, entonces, la puerta se abrió. Se rio y farfulló algo, después oí no una, sino dos voces fem eninas. Su riso- teo se interrum pió con el distintivo sonido de los besos y los gem idos. Se m e cayóelalmaalos pies einmediatamentemeenfadéporsentirmeasí. Apretélos oj os con rabia cuando una de las chicas gritó y después tuve la seguridad de que el siguiente sonido se correspondía a los tres derrum bándose sobre elsofá. Consideré pedir las llaves a Am erica, pero la puerta de Shepley se veía directam ente desde el sofá, y m i estóm ago no podía aguantar ser testigo de la im agen que acom pañaba a los ruidos de la sala de estar. Enterré la cabeza baj o la alm ohada y cerré los oj os cuando la puerta se abrió de golpe. Travis cruzó la habitación, abrió el caj ón superior de la m esita de noche, cogió el tarro de condones, y después cerró el caj ón y volvió al pasillo. Las chicas se rieron durante lo que pareció una m edia hora, y después todo se instaló en elsilencio. Al cabo de unos segundos, gem idos, j adeos y gritos llenaron el apar- tam ento. Sonaba com o si estuvieran rodando una película pornográfica en el salón. Me tapé la cara con las m anos y sacudí la cabeza. Una roca im penetrable había ocupado los lím ites que hubieran podido difum inar- se o desaparecer la sem ana anterior. Intentaba librarm e de m is ridículas em ociones y forzarm e a relaj arm e. Travis era Travis, y nosotros, sin lugar a dudas, éram os am igos y soloeso. Los gritos y otros ruidos nauseabundos cesaron después de una hora, seguidos por el gim oteo y las quej as de las m uj eres a las que estaban despidiendo. Travis se duchó y se tiró en su lado de la cam a, de espaldas a m í. Incluso después de la ducha, olía com o si hubiera bebido whisky suficiente para sedar a un caballo, y m e quedé de piedra al pensar que había conducido la m oto hasta casa en semejanteestado.