su hueco habitual
Me quedé de pie delante de la escalera.
—Siem pre odio cuando llevan un rato en casa. Me siento com o si
fuéram os a interrum pirlos.
—Pues acostúm brate. Esta es tu casa durante las próxim as cuatro
sem anas.
—Travis sonrió y se volvió, dándom e la espalda—. Vam os.
—¿Qué? Sonreí.
—Vam os, te llevaré a caballito.
Solté una risita y salté sobre su espalda, entrelazando los dedos so-
bre su pecho, m ientras subía corriendo las escaleras. Am erica abrió la
puerta antes de que pudiéram os llegar arriba ysonrió.
—Menuda parej ita… Si no supiera…
—Corta el rollo, Mare —dij o Shepley desde el sofá.
Am erica sonrió com o si hubiera hablado m ás de la cuenta, entonces
abrió la puerta de par en par para que cupiéram os. Travis se dej ó caer
sobre el sillón. Chillé cuando se inclinó sobre m í.
—Te veo trem endam ente alegre esta noche, Trav. ¿A qué se debe?
—le espetó America.
Me agaché para verle la cara. Nunca lo había visto tan contento.
—He ganado un m ontón de dinero, Mare. El doble de lo que pensaba.
¿Por qué no iba a estarcontento?
Am erica se rio.
—No, es otra cosa —dij o ella, observando a Travis darm e palm
aditas en el muslo.
Tenía razón, Travis estaba diferente. Lo rodeaba un cierto halo de
paz, casi com o si un nuevo sentim iento de alegría se hubiera adueñado
de su alma.
—Mare —la avisó Shepley.
—De acuerdo, hablaré de otra cosa. ¿No te había invitado Parker a la
fiesta de Sig Tau este fin de sem ana, Abby?
La sonrisa de Travis se desvaneció y se volvió hacia m í, aguardando
una respuesta.
—Bueno, sí. ¿No vam os a ir todos?
—Yo sí —dij o Shepley, absorto por la televisión.
—Lo que significa que y o tam bién voy —dij o Am erica, m irando