Cuando Adam pasó, m e dej ó con un golpe m is ganancias en la palm
a de la manoysefundióenlamuchedumbre,queempezabaadisiparse.
Travis arqueó una cej a.
—¿Has apostado?
Sonreí y m e encogí de hom bros.
—Me pareció buena idea disfrutar de la experiencia com pleta.
Me llevó a la ventana, después se arrastró hasta el exterior y m e ay
udó a salir al fresco aire de la noche. Los grillos cantaban alegrem ente
en las som bras, deteniéndose solo el tiem po necesario para dej arnos pa-
sar. Las m atas de hierba que bordeaban la acera se m ecían con la suave
brisa, recordándom e el sonido del océano cuando no está lo suficientem
ente cerca com o para oír rom per las olas. No hacía ni dem asiado calor
ni dem asiado frío: era la nocheperfecta.
—¿Por qué dem onios ibas a querer que m e quedara contigo, en cual-
quier caso? —pregunté.
Travis se encogió de hom bros y se m etió las m anos en los bolsillos.
—No sé. Todo es m ej or cuando estás tú.
Las m ariposas que sus palabras m e hicieron sentir en el estóm ago
desaparecieron en cuanto vi las m anchas roj as y sanguinolentas de su
cam isa.
—¡Puaj ! Estás cubierto de sangre.
Travis se m iró con indiferencia y entonces abrió la puerta, invitán-
dom e a entrar. Me encontré con Kara, que estaba estudiando en la cam
a, cautiva de los libros de texto que la rodeaban.
—Las calderas funcionan desde esta m añana —com entó ella.
—Eso he oído —dij e, m ientras rebuscaba en m i arm ario.
—Hola —dij o Travis a Kara.
La expresión del rostro de Kara se torció cuando escudriñó la figura
sudorosa y m anchada deTravis.
—Travis, esta es m i com pañera de habitación, Kara Lin. Kara, Travis
Maddox.
—Encantada de conocerte —saludó Kara, em puj ándose las gafas
sobre el puente de la nariz. Echó una m irada a m is abultadas bolsas—.
¿Te m udas?
—No. He perdido una apuesta.
Travis estalló en una carcaj ada m ientras cogía m is bolsas.