biarte, Paloma.
—¿Cóm o? —pregunté baj ando la m irada. Am erica se puso las m
anos en las caderas.
—Está m onísim a, Trav, ¡déj ala en paz!
Travis m e cogió de la m ano y m e conduj o por el vestíbulo.
—Ponte una cam iseta… y unas zapatillas. Algo cóm odo.
—¿Cóm o? ¿Por qué?
—Porque si llevas esa cam iseta estaré m ás preocupado de quién
te está mirando lastetasquedeHoffman—dijo él, deteniéndoseensu
puerta.
—Creía que habías dicho que no te im portaba ni un com ino lo que
pensaran los demás.
—Esto es diferente, Palom a. —Travis baj ó la m irada a m i pecho
y después volvió a levantarla—. No puedes ir así a la pelea, así
que, por favor…, sim plem ente…, por favor, sim plem ente cám biate
—balbuceó, m ientras m e em puj aba dentro de la habitación y cerraba
lapuerta.
—¡Travis! —grité.
Me quité los tacones y m e puse las Converse. Después, m e zafé del
top atado al cuello y sin espalda, y lo lancé al otro lado de la habita-
ción. Me puse la prim era cam iseta de algodón que tocaron m is m anos
y atravesé corriendo el vestíbuloparadetenermeenelumbraldelapuerta.
—¿Mej or? —dij e resoplando, al tiem po que m e recogía el pelo en
una cola decaballo.
—¡Sí! —dij o Travis, aliviado—. ¡Vám onos!
Corrim os hasta el aparcam iento y salté al asiento trasero de la m oto
de Travis, m ientras él encendía el m otor y salía despedido, recorriendo
a toda velocidad la calle que llevaba a la universidad. Me aferré a su cin-
tura por la expectación; las prisas por salir m e habían llenado las venas
deadrenalina.
Travis se subió al bordillo y aparcó su m oto a la som bra detrás del
edificio Jefferson de Artes Liberales. Se puso las gafas de sol sobre la
cabeza y m e cogió de la m ano, sonriendo m ientras nos dirigíam os a
hurtadillas a la parte trasera del edificio. Se detuvo j unto a una ventana
abierta cerca delsuelo.
Abrí los oj os com o platos al darm e cuenta de lo que se disponía a