estado allí… Ni siquiera quiero pensar en ello. ¿Y ahora esperas que me
disculpe por hacer que te dejara en paz?
—No quiero que te disculpes. Ni siquiera se trata de eso.
—Entonces, ¿qué pasa? —me preguntó, buscándome los ojos.
Su cara estaba a escasos centímetros de la mía y podía notar su aliento
en mis labios.
Fruncí el ceño.
—Estoy borracha, Travis. Es la única excusa que tengo.
—¿Quieres que te abrace hasta que te quedes dormida? —No respon-
dí y él se movió para mirarme directamente a los ojos—. Debería decir
que no para corroborar mi postura —dijo, arqueando las cejas—. Pero
después me odiaría si me negara y no volvieras a pedírmelo.
Apoyé la mejilla en su pecho, y él me abrazó más fuerte, suspirando.
—No necesitas ninguna excusa, Paloma. Solo tienes que pedirlo.
Entrecerré los ojos por la luz del sol que entraba por la ventana y enton-
ces la alarma resonó en mis oídos. Travis seguía dormido, rodeándome
todavía con brazos y piernas. Conseguí liberar un brazo para parar el
despertador.
Después de frotarme la cara, lo miré: estaba durmiendo sonoramente
a dos centímetros de mi cara.
—Oh, Dios mío —susurré, preguntándome cómo habíamos llegado a
estar tan entrelazados. Respiré hondo y contuve la respiración mientras
intentaba liberarme.
—Déjalo, Paloma, estoy durmiendo —murmuró él, apretándome
contra él.
Después de varios intentos, finalmente conseguí soltarme, y me senté
al borde de la cama, mirando hacia atrás para ver su cuerpo medio desnu-
do, liado en las sábanas. Lo observé durante un momento y suspiré. Los
límites empezaban a difuminarse, y era culpa mía.
Su mano se deslizó sobre las sábanas hasta tocarme los dedos.
—¿Qué pasa, Paloma? —dijo él, con los ojos apenas abiertos.
—Voy a por un vaso de agua. ¿Quieres algo?
Travis dijo que no con la cabeza, cerró los ojos y pegó la mejilla al
colchón.