mente al baño para quitarme el humo del pelo. Cuando salí de la ducha,
vi que Travis me había llevado una de sus camisetas y un par de sus pan-
talones cortos para que me cambiara.
La camiseta me engulló y los pantalones desaparecieron bajo la ca-
miseta. Me derrumbé en la cama y suspiré, todavía sonriendo por lo que
había dicho en el aparcamiento.
Travis se quedó mirándome durante un momento, y sentí una punzada
en el pecho. Tenía unas ansias casi voraces por cogerle la cara y plantar
mi boca en la suya, pero luché contra el alcohol y las hormonas que co-
rrían por mis venas.
—Buenas noches, Paloma —susurró, mientras se daba media vuelta.
Me moví nerviosa; todavía no estaba preparada para dormirme.
—¿Trav? —dije, acercándome para apoyar la barbilla en su hombro.
—¿Sí?
—Sé que estoy borracha, y acabamos de tener una enorme pelea por
esto, pero…
—No voy a acostarme contigo, así que deja de pedírmelo —dijo, to-
davía de espaldas a mí.
—¿Qué? ¡No! —grité.
Travis se rio y se volvió para mirarme, con una expresión de ternura.
—¿Qué pasa, Paloma? Suspiré.
—Esto —dije, apoyando la cabeza sobre su pecho y estirando el bra-
zo por encima de él, acurrucándome tan cerca como pude.
Se puso tenso y levantó las manos, como si no supiera cómo reaccionar.
—Estás borracha.
—Lo sé —dije, demasiado ebria como para avergonzarme.
Se relajó y me puso una mano sobre la espalda y otra sobre el pelo
mojado, después apretó los labios contra mi frente.
—Eres la mujer más confusa que he conocido nunca.
—Es lo menos que puedes hacer después de espantar al único chico
que se me ha acercado hoy.
—¿Te refieres a Ethan, el violador? Sí, te debo una.
—No importa —dije, sintiendo el inicio de un rechazo.
Me cogió el brazo y lo sujetó contra su estómago para evitar que lo
apartara.
—No, lo digo en serio. Tienes que tener más cuidado. Si no hubiera