los ojos y apoyé la cabeza contra su hombro. Me agarró las manos y me
las subió hasta el cuello. Sus manos bajaron por mis brazos, por mis cos-
tillas y finalmente regresaron a mis caderas. Cuando noté sus labios y su
lengua sobre mi cuello, me aparté de él.
Él se rio, algo sorprendido.
—¿Qué pasa, Paloma?
Mi ánimo se enardeció, pero las duras palabras que quería decir se me
quedaron atascadas en la garganta. Me retiré al bar y pedí otra Coronita.
Travis se sentó en el taburete que había a mi lado y levantó el dedo para
pedirse otra copa. En cuanto el camarero me sirvió la botella, me bebí la
mitad del contenido antes de volver a dejarla sobre la barra.
—¿Crees que esto cambiará la opinión de alguien sobre nosotros? —
dije, echándome el pelo a un lado para cubrir el lugar en el que me había
besado.
Soltó una carcajada.
—Me importa un pimiento lo que piensen de nosotros.
Lo fulminé con la mirada y después me volví hacia delante.
—Paloma —dijo, tocándome el brazo.
Me aparté de él.
—No, nunca podría emborracharme lo suficiente para dejar que me
llevaras a ese sofá.
Su cara se retorció en una mueca de ira, pero, antes de que pudiera
decir nada, una morena impresionante, con morritos, unos ojos azules
enormes y un escote todavía mayor, se acercó a él.
—Vaya, vaya, si es Travis Maddox —dijo, contoneándose en todos
los sitios correctos.
Dio un trago y clavó los ojos en mí.
—Hola, Megan.
—¿No me presentas a tu novia? —dijo ella sonriendo.
Puse los ojos en blanco por lo transparente y lamentable que resultaba.
Travis echó la cabeza hacia atrás para apurar la cerveza y después
lanzó la botella vacía por la barra. Todos los que estaban esperando para
pedir la siguieron con la mirada hasta que cayó en el cubo de la basura
que había al final.
—No es mi novia.
Cogió a Megan de la mano, y ella lo siguió feliz a la pista de baile.