—Sabes que puedo oírte, ¿no?
America puso una cara a la que sabía que no podía negarme.
—Abby, por favor… Te encontraremos a un chico majo e ingenioso
y, por supuesto, me aseguraré de que esté bueno. ¡Te prometo que lo pa-
sarás bien! Y ¿quién sabe? Tal vez consigas ligar.
Travis dejó caer la sartén en el fregadero.
—No he dicho que no fuera a llevarte.
Puse los ojos en blanco.
—No hace falta que me hagas favores, Travis.
—Eso no es lo que quería decir, Paloma. Las fiestas de citas son para
los tíos con novia, y todo el mundo sabe que a mí el rollo de ennoviarme
no me va. Sin embargo, contigo no tendré que preocuparme de que mi
pareja espere un anillo de compromiso después.
Am erica puso morritos.
—Porfi, porfi, Abby …
—No me mires así —dije en tono quejoso—. Travis no quiere ir; y yo
tampoco. No seríamos una compañía agradable.
Travis cruzó los brazos y se apoyó en el fregadero.
—No he dicho que no quisiera ir. De hecho, creo que sería divertido
si fuéramos los cuatro —dijo encogiéndose de hombros.
Todas las miradas se centraron en mí, y yo retrocedí.
—¿Por qué no podemos quedarnos aquí?
America hizo un mohín y Shepley se inclinó hacia delante.
—Porque tengo que ir, Abby. Soy un novato. Tengo que asegurarme
de que todo vaya bien, de que todo el mundo tenga una cerveza en la
mano, cosas así.
Travis cruzó la cocina y me rodeó los hombros con el brazo para
acercarme a su lado.
—Vamos, Paloma. ¿Vienes conmigo?
Miré a America, después a Shepley y finalmente a Travis.
—Está bien —dije resignada.
America chilló y me abrazó, después noté la mano de Shepley en la
espalda.
—Gracias, Abby —dijo.