baras encima de mí.
—No me he tumbado encima de ti —protesté—. No podía llegar al
reloj. Probablemente sea la alarma más molesta que haya oído jamás.
Suena como un animal moribundo.
Entonces, Travis extendió el brazo y tocó un botón.
—¿Quieres desayunar?
Lo fulminé con la mirada y dije que no con la cabeza.
—No tengo hambre.
—Pues yo sí. ¿Por qué no te vienes conmigo en coche al café que hay
calle abajo?
—No creo que pueda aguantar tu falta de habilidad para conducir tan
temprano por la mañana—dije.
Me senté en un lateral de la cama, me puse las chancletas y me dirigí
a la puerta arrastrando los pies.
—¿A dónde vas? —preguntó.
—A vestirme para ir a clase. ¿Necesitas que te haga un itinerario du-
rante los días que esté aquí?
Travis se estiró y caminó hacia mí, todavía en calzoncillos.
—¿Siempre tienes tan mal genio o eso cambiará una vez que creas que
todo esto no es parte de un elaborado plan para meterme en tus bragas?
Me puso las manos sobre los hombros y noté cómo sus pulgares me
acariciaban la piel al unísono.
—No tengo mal genio.
Se acercó mucho a mí y me susurró al oído:
—No quiero acostarme contigo, Paloma. Me gustas demasiado.
Después, siguió andando hacia el baño y me quedé allí de pie, estu-
pefacta. Las palabras de Kara resonaban en mi cabeza. Travis Maddox
se acostaba con todo el mundo; no podía evitar sentir que tenía algún
tipo de carencia al saber que no mostraba el menor deseo ni siquiera de
dormir conmigo.
La puerta volvió a abrirse y America entró.
—Vamos, arriba, ¡el desayuno está listo! —dijo con una sonrisa y sin
poder reprimir un bostezo.
—Te estás convirtiendo en tu madre, Mare —refunfuñé, mientras re-
buscaba en mi maleta.
—Oooh… Me parece que alguien no ha dormido mucho esta noche