en la parte inferior del antebrazo. Con toda la intención, me mantuve de
espaldas cuando se colocó de pie delante de la cómoda, dejó caer la toalla
y se puso un par de calzoncillos.
Tras apagar la luz, se metió en la cama junto a mí.
—¿Vas a dorm ir aquí? —le pregunté, dándome la vuelta para mirarlo.
La luna llena que entraba por las ventanas arrojaba sombras sobre su
cara.
—Pues claro. Esta es mi cama.
—Lo sé, pero… —Hice una pausa: las únicas opciones que me que-
daban eran el sofá o el sillón.
Travis sonrió y meneó la cabeza.
—¿A estas alturas todavía no confías en mí? Me portaré bien, lo pro-
meto —dijo, levantando unos dedos que, con toda seguridad, los Boy
Scouts de América nunca habrían considerado usar.
No discutí, simplemente me di media vuelta y apoyé la cabeza en la
almohada, después de amontonar las sábanas detrás de mí para crear una
clara barrera entre su cuerpo y el mío.
—Buenas noches, Paloma —me susurró al oído.
Sentí su aliento mentolado en mi mejilla, lo que me puso toda la piel
de gallina. Gracias a Dios, estábamos lo suficientemente a oscuras como
para que no pudiera ver mi embarazo o el rubor en las mejillas que siguió.
Parecía que acababa de cerrar los ojos cuando oí el despertador.
Alargué el brazo para apagarlo, pero aparté la mano con horror cuan-
do noté una piel cálida bajo los dedos. Intenté recordar dónde estaba.
Cuando obtuve la respuesta, me mortificó que Travis hubiera podido
pensar que lo había hecho a propósito.
—¿Travis? Tu despertador —susurré. Seguía sin moverse—. ¡Travis!
—dije, dándole un codazo suave.
Como seguía sin moverse, pasé el brazo por encima de él, buscando
a tientas en la penumbra, hasta que noté la parte superior del reloj. No
sabía cómo apagarlo, así que empecé a darle golpecitos hasta que di con
el botón para retrasar la alarma, y volví a dejarme caer resoplando sobre
mi almohada.
Travis soltó una risita burlona.
—¿Estabas despierto?
—Te prometí que me portaría bien. No dije nada de dejar que te tum-