de dientes y algún tipo de extraña crem a facial que he encontrado en
tubolso.
—¿Has estado rebuscando entre mis cosas? —chillé.
No respondió. En lugar de eso, oí girar la llave del grifo y que empe-
zaba a lavarse los dientes. Me asomé por la cortina de plástico, sin dejar
de sujetarla contra mi pecho.
—Sal de aquí, Travis. —Levantó la mirada hacia mí, con los labios
cubiertos de espuma de la pasta de dientes.
—No puedo irme a la cama sin lavarme los dientes.
—Si te acercas a menos de medio metro de la cortina, te sacaré los
ojos mientras duermes.
—No voy a mirar, Paloma —dijo él riéndose.
Esperé bajo el agua con los brazos fuertemente apretados alrededor
del pecho. Él escupió, hizo gárgaras y volvió a escupir; después la puerta
se cerró. Me aclaré el jabón de la piel, me sequé tan rápido como pude y
me vestí con una camiseta y unos pantalones cortos, mientras me ponía
las gafas y me pasaba el peine por el pelo. Me fijé en la hidratante de no-
che que Travis me había traído, y no pude evitar sonreír. Cuando quería,
podía ser atento y casi simpático. Entonces, volvió a abrir la puerta.
—¡Vamos Paloma! ¡Me están saliendo canas aquí fuera!
Le lancé el peine y él se agachó. Después cerró la puerta y se fue rien-
do para sus adentros hasta su habitación. Me lavé los dientes y después
recorrí el pasillo, pasando por delante del dormitorio de Shepley.
—Buenas noches, Abby —gritó America desde la oscuridad.
—Buenas noches, Mare.
Dudé antes de llamar suavemente dos veces a la puerta de Travis.
—Entra, Paloma. No hace falta que llames.
Abrió la puerta, entré y vi su cama de barras de hierro, en paralelo a la
hilera de ventanas que había en el lado más alejado de la habitación. Las
paredes estaban desnudas excepto la parte sobre el cabecero, ocupada
por un sombrero mexicano. En cierto modo, esperaba que su habitación
estuviera cubierta de pósteres de mujeres medio desnudas, pero ni siquie-
ra vi un anuncio de marca de cerveza. Su cama era negra; la alfombra,
gris; y todo lo demás, blanco. Parecía que acabara de mudarse.
—Bonito pijama —dijo Travis, observando mis pantalones cortos
amarillos y mi camiseta gris. Se sentó en la cama y dio unas palma-