—Me han llamado cosas peores.
Miré fijamente el sofá. Los cojines seguían torcidos y amontonados
por su reciente uso. Retrocedí al pensar en cuántas mujeres se habrían
entregado sobre esa tapicería. Una tela que parecía picar, por cierto.
—Me parece que dormiré en el sillón —murmuré.
—¿Por qué?
Lo miré, furiosa por la expresión confusa de su cara.
—¡No pienso dormir en esa cosa! ¡A saber encima de qué me estaría
tumbando!
Levantó mi maleta del suelo.
—No vas a dorm ir en el sofá ni en el sillón. Vas a dormir en mi cama.
—Que sin duda será más insalubre que el sofá. Estoy segura.
—Nunca ha habido nadie en mi cama aparte de mí. Puse los ojos en
blanco.
—¡Por favor!
—Lo digo absolutamente en serio. Me las tiro en el sofá. Nunca las
dejo entrar en mi habitación.
—¿Y yo sí puedo usar tu cama?
Levantó un lado de la boca con una sonrisa traviesa.
—¿Planeas acostarte conmigo esta noche?
—¡No!
—Ahí lo tienes, esa es la razón. Ahora levanta tu malhumorado culo,
date una ducha caliente y después podremos estudiar algo de Biología.
Me quedé mirándolo durante un momento y, a regañadientes, hice lo
que me decía. Me quedé bajo la ducha, desde luego, mucho tiempo, de-
jando que el agua se llevara con ella mi sentimiento de agravio. Mientras
me masajeaba el pelo con el champú, suspiré por lo genial que resultaba
ducharse en un baño privado de nuevo, sin chancletas ni neceser, solo la
relajante mezcla de agua y vapor.
La puerta se abrió y me sobresalté.
—¿Mare?
—No, soy yo —dijo Travis.
Automáticamente me tapé con los brazos las partes que no quería que
él viera.
—¿Qué haces aquí? ¡Lárgate!
—Te has olvidado de coger una toalla, y te traigo tu ropa, tu cepillo