saquen conclusiones de cómo soy por el mero hecho de tener vagina.
Centré mi atención en granos de sal que había sobre la mesa hasta que
oí que Travis se atragantaba.
Abrió los ojos como platos y se agitó con carcajadas que parecían
aullidos.
–¡Oh, Dios mío! ¡Me estás matando! Ya está. Tenemos que ser ami-
gos. Y no acepto un no por respuesta.
–No me importa que seamos amigos, pero eso no implica que tengas
que intentar meterte en mis bragas cada cinco segundos.
–No vas a acostarte conmigo. Lo pillo. –intenté no sonreír, pero fra-
casé. Se le iluminó la mirada–. Tienes mi palabra. Ni siquiera pensaré en
tus bragas…, a menos que quieras que lo haga.
Hinqué lo codos en la mesa y apoyé mi peso en ellos.
–Y eso no pasará, así que podemos ser amigos.
Una sonrisa traviesa afiló sus rasgos mientras se acercaba un poco
más.
–Nunca digas de está agua no beberé.
–Bueno, ¿y cuál es tú historia? –pregunté–. ¿Siempre has sido Travis
Perro Loco Maddox, o te bautizaron así cuando llegaste aquí?
Hice un gesto con dos dedos en cada mano para marcar unas comillas
cuando dije su apodo, y por primera vez su confianza flaqueó. Parecía un
poco avergonzado.
–No. Adam empezó con eso después de mi primera pelea.
Sus respuestas cortas comenzaban a fastidiarme.
–¿Ya está? ¿No vas a contarme nada más sobre ti?
–¿Qué quieres saber?
–Lo normal. De dónde eres, qué quieres ser cuando seas mayor…,
cosas así.
–He nacido aquí y aquí me he criado. Y estoy especializándome en
justicia criminal.
Con un suspiro desenvolvió los cubiertos y los puso a lado de su pla-
to. Miró por encima del hombro con la mandíbula tensa.. A dos mesas de
distancia, el equipo de fútbol de Eastern estalló en carcajadas, y Travis
pareció molestarse por el objeto de sus risas.
–Estás de broma –dije sin poder creer lo que había dicho.
–No, soy de aquí –dijo él, distraído.