con bichos aplastados en las gafas si miraba por encima de su hombro.
Pisó el acelerador al llegar al camino del restaurante y, en cuanto se
detuvo, no tardé ni un minuto en bajar a la seguridad del cemento.
–¡Estás chiflado!
Travis se rio mientras apoyaba la moto sobre su soporte antes de
desmontar.
–Pero si he respetado el límite de velocidad…
–¡Sí, si hubiéramos ido por una autopista! –dije, mientras me soltaba
el moño para deshacerme los enredones con los dedos.
Travis observó cómo me retiraba el pelo de la cara y después se enca-
minó hacia la puerta y la mantuvo abierta.
–No de jaría que te pasara nada malo, Paloma.
Entré furiosa en el restaurante, aunque mi cabeza todavía no se había
sincronizado con los pies. El aire se llenó de olor a grasa y hierbas aro-
máticas cuando lo seguí por la moqueta roja salpicada de migas de pan.
Eligió una mesa con bancos en la esquina, lejos de los grupos de estu-
diantes y familias, y después pidió dos cervezas. Eché un vistazo al local
observé a los padres obligar a sus bulliciosos hijos a comer y esquivé las
inquisitivas miradas de los estuadiantes de Eastern
–Claro, Travis –dijo la camarera, apuntando nuestras bebidas.
Parecía un poco alterada por su presencia cuando regresó a la cocina.
Repentinamente avergonzada por mi apariencia, me recogí detrás de
las orejas los mechones de pelo que el viento había hecho volar.
–¿Vienes aquí a menudo? –pregunté mordazmente.
Travis apoyó los codos en la mesa y clavó sus ojos marrones en los
míos.
–Y bien, ¿cuál es tu historia, Paloma? ¿Odias en general, o solo a mí?
–Creo que solo a ti –gruñí.
Soltó una carajada: mi mal humor le divertía.
–No consigo acabar de entenderte. Eres la primera chicaa la que le
he dado asco antes de acostarse conmigo. No te aturullas cuando hablas
conmigo ni intentas atraer mi atención.
–No es ningun tipo de treta. Simplemente no me gustas.
–No estarías aquí si no te gustara.
Mi entrecejo se relajó involuntariamente y suspiré.
–No he dicho que seas mala persona. Simplemente no me gusta que