dos en el otro extrem o de la mesa, memiraban tan sorprendidoscomo
siestuvieraenllamas.
Travis golpeó ligeram ente la m anzana que tenía en el plato con su
tenedor.
—¿Te la vas a com er, Palom a?
—No, toda tuy a, cariño. —Las orej as m e ardieron cuando Am erica
levantó bruscam ente la cabeza para m irarm e—. Sim plem ente m e ha
salido así —dij e, sacudiendo la cabeza.
Me volví a m irar a Travis, cuy a expresión era una m ezcla de diver-
sión y adoración.
Habíam os intercam biado el térm ino unas cuantas veces esa m aña-
na, y no se m e había ocurrido que era nuevo para los dem ás hasta que
salió de m i boca.
—Bueno, y a se puede decir que habéis llegado a ser repelentem ente
m onos
—dij o Am erica, burlona.
Shepley m e dio unas palm aditas en el hom bro.
—¿Te quedas a dorm ir esta noche? —m e preguntó, m ientras
acababa de m asticar el pan—. Te prom eto que no saldré despotricando
de m ihabitación.
—Estabas defendiendo m i honor, Shep. Te perdono —dij e.
Travis dio un m ordisco a la m anzana. Nunca lo había visto tan feliz.
La paz de su m irada había vuelto y, aunque docenas de personas obser-
vaban cada uno de nuestros m ovim ientos, tenía la sensación de que todo
iba… bien.
Pensé en todas las veces que había insistido en que estar con Travis
era un error y en la cantidad de tiem po que había desperdiciado luchan-
do contra lo que sentía por él. Cuando lo veía sentado delante de m í y
m e fij aba en sus tiernos oj os castaños y en el trozo de fruta que
bailaba en su m ej illa m ientras lo m asticaba, no conseguía recordar
qué era lo que tanto m epreocupaba.
—Parece asquerosam ente feliz. ¿Quiere eso decir que por fin has
cedido, Abby?—dijoChris,altiempoquedabacodazosasuscompañerosdee
quipo.
—No eres m uy listo, ¿verdad, Jenks? —dij o Shepley, con el ceño
fruncido.