—Creo que vas a perderte otra clase.
Después de conseguir convencerlo de salir del apartam ento con el
tiem po suficiente para ir a clase de Historia, corrim os al cam pus y ocu-
pam os nuestros asientos j usto antes de que el profesor Cheney em peza-
ra. Travis se puso su gorra de béisbol del revés y m e plantó un beso en
los labios de m anera que todos los alum nos de la clase pudieran verlo.
De cam ino a la cafetería, m e agarró por la m ano y entrelazam os los
dedos. Parecía m uy orgulloso de que fuéram os así cogidos y anunciá-
ram os al m undo que finalm ente estábam os j untos. Finch se fij ó en que
íbam os de la m ano y se quedó m irándonos con una sonrisita ridícula.
No fue el único: nuestra sencilla dem ostración de afecto generó m
iradas y m urm ullos por parte de todo aquelque pasaba a nuestro lado.
En la puerta de la cafetería, Travis exhaló el hum o de la últim a cala-
da de cigarrillo y m e m iró cuando se dio cuenta de m i actitud vacilante.
Am erica y Shepley y a estaban dentro, m ientras que Finch se había
encendido otro pitillo para dej arm e entrar a solas con Travis. Tenía la
certeza de que el nivel de cotilleo había alcanzado nuevas cotas desde
que Travis m e había besado delante de toda nuestra clase de Historia y
tem ía el m om ento de entrar en la cafetería. Sentía que era com o salir
a unescenario.
—¿Qué pasa, Palom a? —dij o él, apretándom e la m ano.
—Todo el m undo nos m ira.
Se llevó m i m ano a la boca y m e besó los dedos.
—Ya se acostum brarán. Esto es solo el revuelo inicial. ¿Te acuerdas
de cuando em pezam os a salir j untos? La curiosidad dism inuy ó des-
pués de un tiem po, cuando se acostum braron a vernos. Venga, vam
os —dij o él, tirando de m í para cruzar lapuerta.
Una de las razones que m e habían llevado a elegir la Universidad de
Eastern era su m odesto tam año, pero el exagerado interés por los es-
cándalos que le era intrínseco a veces resultaba agotador. Era una brom
a habitual: todo el m undo era consciente de lo ridículo que llegaba a ser
ese círculo vicioso de rum ores, y aun así todo el m undo participaba en
élsin vergüenza alguna.
Nossentamosennuestrossitioshabitualesparacomer. Americamelanzó
una sonrisa cóm plice. Charlaba conm igo com o si todo fuera
norm al, pero los j ugadores de fútbol am ericano, que estaban senta-