Maravilloso desastre Maravilloso Desastre | Page 177

—Creo que vas a perderte otra clase. Después de conseguir convencerlo de salir del apartam ento con el tiem po suficiente para ir a clase de Historia, corrim os al cam pus y ocu- pam os nuestros asientos j usto antes de que el profesor Cheney em peza- ra. Travis se puso su gorra de béisbol del revés y m e plantó un beso en los labios de m anera que todos los alum nos de la clase pudieran verlo. De cam ino a la cafetería, m e agarró por la m ano y entrelazam os los dedos. Parecía m uy orgulloso de que fuéram os así cogidos y anunciá- ram os al m undo que finalm ente estábam os j untos. Finch se fij ó en que íbam os de la m ano y se quedó m irándonos con una sonrisita ridícula. No fue el único: nuestra sencilla dem ostración de afecto generó m iradas y m urm ullos por parte de todo aquelque pasaba a nuestro lado. En la puerta de la cafetería, Travis exhaló el hum o de la últim a cala- da de cigarrillo y m e m iró cuando se dio cuenta de m i actitud vacilante. Am erica y Shepley y a estaban dentro, m ientras que Finch se había encendido otro pitillo para dej arm e entrar a solas con Travis. Tenía la certeza de que el nivel de cotilleo había alcanzado nuevas cotas desde que Travis m e había besado delante de toda nuestra clase de Historia y tem ía el m om ento de entrar en la cafetería. Sentía que era com o salir a unescenario. —¿Qué pasa, Palom a? —dij o él, apretándom e la m ano. —Todo el m undo nos m ira. Se llevó m i m ano a la boca y m e besó los dedos. —Ya se acostum brarán. Esto es solo el revuelo inicial. ¿Te acuerdas de cuando em pezam os a salir j untos? La curiosidad dism inuy ó des- pués de un tiem po, cuando se acostum braron a vernos. Venga, vam os —dij o él, tirando de m í para cruzar lapuerta. Una de las razones que m e habían llevado a elegir la Universidad de Eastern era su m odesto tam año, pero el exagerado interés por los es- cándalos que le era intrínseco a veces resultaba agotador. Era una brom a habitual: todo el m undo era consciente de lo ridículo que llegaba a ser ese círculo vicioso de rum ores, y aun así todo el m undo participaba en élsin vergüenza alguna. Nossentamosennuestrossitioshabitualesparacomer. Americamelanzó una sonrisa cóm plice. Charlaba conm igo com o si todo fuera norm al, pero los j ugadores de fútbol am ericano, que estaban senta-