po, y sabía que se debía a m is sentim ientos hacia Travis. Pensé en los
diferentes giros que m i vida podía dar a partir de ese m om ento: confiar
en Travis dando un salto de fe y arriesgarm e a cam inar por arenas m
ovedizas, o apartarlo de m i vida y saber exactam ente dónde acabaría, lo
que incluía una vida sin él. Am bas decisiones m e aterraban.
—¿Me dej as tu m óvil? —le pregunté. Travis frunció el entrecej o,
confuso.
—Claro —dij o, antes de sacárselo del bolsillo y dárm elo. Marqué y
cerré los oj os m ientras oía los tonos de llam ada.
—¿Travis? ¿Qué dem onios haces? ¿Tienes idea de qué hora es? —
respondió Parker. Su voz sonaba profunda y áspera, e inm ediatam ente
sentí el corazón desbocado en m i pecho. No se m e había ocurrido que
supiera que le había llamadodesdeelmóvildeTravis.
No sé cóm o conseguí que m is palabras salieran de entre m is
labios temblorosos.
—Siento llam arte tan tarde, pero esto no podía esperar… No puedo
cenar contigo el m iércoles.
—Son casi las cuatro de la m añana, Abby. ¿Qué pasa?
—En realidad, no puedo salir m ás contigo.
—Abs…
—Estoy … bastante segura de estar enam orada de Travis —dij e,
preparándom e para sureacción.
Después de un m om ento de silencio, m e colgó.
Seguía con la m irada clavada en el suelo, le pasé el teléfono a Travis
y, entonces, con dificultad levanté la m irada para com probar la expre-
sión de su cara: era una com binación de confusión, sorpresa yadoración.
—Me ha colgado —dij e torciendo el gesto.
Escrutó m i cara con una m irada de esperanza y cautela.
—¿Estás enam orada de m í?
—Son los tatuaj es —dij e encogiéndom e de hom bros.
Sonrió de orej a a orej a y se le m arcaron los hoy uelos de las m ej
illas.
—Ven a casa conm igo —dij o él, envolviéndom e en sus brazos.
Enarqué las cej as.
—¿Has dicho todo eso para llevarm e a la cam a? Debí de dej arte
m uy impresionado.