se volvía borrosa a nuestro paso, y no m e im portaba lo rápido que con-
ducía o el frío que m e azotaba la piel; ni siquiera m e fij aba en dónde
estábam os. Solo podía pensar en su cuerpo contra el m ío. No teníam os
destino ni horario, y cruzábam os las calles m ucho después de que todo
el m undo, excepto nosotros, las hubieraabandonado.
Travis se detuvo en una gasolinera y aparcó.
—¿Quieres algo? —m e preguntó.
Dij e que no con la cabeza, m ientras m e baj aba de la m oto para
estirar las piernas. Me vio desenredarm e el pelo con los dedos y sonrió.
—Déj alo. Estás acoj onantem ente guapa.
—Sí, parezco sacada de un vídeo de rock de los ochenta —respondí.
Él se rio y después bostezó, m ientras espantaba las polillas que zum
baban a su alrededor. La boquilla de la m anguera tintineó y resonó con
m ás fuerza de lo que debería en la calm a de la noche. Parecía que éram
os las únicas dos personas sobre la faz de laTierra.
Saqué el m óvil y com probé la hora.
—Oh, Dios m ío, Trav. Son las tres de la m añana.
—¿Quieres volver? —preguntó con gesto de decepción. Apreté los
labios.
—Sería m ej or que sí.
—¿Sigue en pie lo de los bolos de esta noche?
—Ya te he dicho que sí.
—Y vendrás conm igo a la fiesta de Sig Tau dentro de un par de sem
anas, ¿verdad?
—¿Insinúas que no cum plo m i palabra? Me parece un poco insultan-
te. Sacó la m anguera del depósito y la colgó en su base.
—Es que y a no sabría predecir qué vas a hacer.
Se sentó en la m oto y m e ay udó a subirm e detrás de él. Pasé los
dedos por las presillas de su cinturón, pero después lo pensé m ej or y lo
rodeé con m is brazos.
Suspiró y enderezó la m oto; parecía resistirse a encender el m otor.
Se le pusieron los nudillos blancos de la fuerza con la que agarraba el
m anillar. Cogió aliento, com o si fuera a em pezar a hablar y después
sacudió la cabeza.
—Me im portas m ucho, y a lo sabes —dij e, m ientras lo abrazaba
con fuerza.