con él fuera y decirle que y a estoy en lacam a?
—Sí, sí que has sonreído, y no, sal y díselo tú m ism a.
—Sí, claro, Mare, salir ahí y decirle que y a estoy en la cam a es un
plan perfecto.
Se dio m edia vuelta y se dirigió a su habitación. Levanté las m anos
y volví a dej arlas caer sobre los m uslos.
—¡Mare! Por favor.
—Que te diviertas, Abby.
Sonrió y desapareció en su habitación.
Baj é las escaleras y m e encontré a Travis sobre su m oto, que esta-
ba aparcada delante de los escalones delanteros. Llevaba una cam iseta
blanca con dibujosnegros,quedestacabalostatuajesdesusbrazos.
—¿No tienes frío? —pregunté, apretándom e m ás la chaqueta.
—Estás guapa. ¿Te lo has pasado bien?
—Eh…, sí, gracias —dij e, distraída—. ¿Qué haces aquí? Pisó el ace-
lerador y el m otor rugió.
—Iba a dar un paseo para aclararm e las ideas. Quiero que m e acom
pañes.
—Hace frío, Trav.
—¿Quieres que vay a a coger el coche de Shep?
—Mañana vam os a j ugar a los bolos. ¿No puedes esperar hasta
entonces?
—He pasado de estar contigo cada segundo del día a verte diez m
inutos si tengosuerte.
Sonreí y sacudí la cabeza.
—Solo han pasado dos días, Trav.
—Te echo de m enos. Sube el culo al asiento y vám onos.
No pude discutir. Yo tam bién lo echaba de m enos. Más de lo que
podría adm itir j am ás. Me subí la crem allera de la chaqueta, m e senté
detrás de él y deslicé los dedos en las presillas de sus tej anos. Me acercó
las m uñecas a su pecho y después las puso una encim a de otra. Cuando
crey ó que lo abrazaba lo suficientem ente fuerte, arrancó y salió despe-
dido a toda velocidad calle abajo.
Apoy é la m ej illa en su espalda y cerré los oj os, m ientras respira-
ba su olor. Me recordó a su apartam ento, a sus sábanas y a cóm o olía
cuando iba por su casa con una toalla anudada en la cintura. La ciudad