os brillaron al reconocerm e.
—¡Hola, guapa! ¿Qué tal ha ido?
—Ha ido —dij e, desalentada.
—Oh, oh.
—No se lo digas a Travis, ¿vale? Ella resopló.
—No lo haré. ¿Qué ha pasado?
—Parker m e ha pedido que vay a con él a la fiesta de citas. Am erica
apretó su toalla.
—No pensarás dej ar tirado a Trav, ¿no?
—No, y a Parker no le entusiasm a la idea.
—Com prensible —dij o ella, asintiendo—. Es una situación conde-
nadam ente difícil.
Am erica se echó los m echones de su larga y húm eda cabellera so-
bre un hom bro, y unas gotas de agua le cay eron sobre la piel desnuda.
Era una contradicción andante. Había pedido plaza en Eastern para
que pudiéram os m udarnos j untas. Se autoproclam aba m i conciencia,
dispuesta a intervenir si y o daba rienda suelta a alguna de m is tenden-
cias intrínsecas que conllevaran perder el control. Iniciar una relación
con Travis iba en contra de todo lo que habíam os hablado, y m i am iga
se había convertido en su sobreexcitada animadora.
Me apoy é contra la pared.
—¿Te enfadarías m ucho si m e lim itara a no ir?
—No, m e cabrearía increíble e irrevocablem ente. Iniciarías una pe-
lea de gatas en toda regla, Abby.
—Entonces supongo que tendré que ir —dij e, m etiendo la llave en
la cerradura.
Mi m óvil sonó y apareció en la pantalla una foto de Travis poniendo
una cara graciosa.
—¿Diga?
—¿Ya estás en casa?
—Sí, m e ha dej ado hace unos cinco m inutos.
—Bien, estaré allí dentro de otros cinco.
—¡Espera! ¿Travis? —dij e después de que colgara. Am erica se rio.
—Acabas de tener una cita decepcionante con Parker, y has son-
reído al ver la llam ada de Travis. ¿De verdad eres tan dura de mollera?
—No he sonreído —protesté—. Viene de cam ino. ¿Puedes reunirte