Solté un suspirpo.
–Esta noche. Iré esta noche.
Travis sonrió y se detuvo en seco.
–Genial, nos vemos luego, Palomita.
Doiblé la esquina y me encontré a America de pie con Finch, fuera
de nuestro dormitorio. Los tres habíamos acabado en la misma mesa en
la sesión de orientación para los estudiantes de primer año, y sabía que
sería la tercera rueda de nuestra bien engrasada máquina. No era excesi-
vamente alto, pero aun así superaba mi metro sesenta y pico. Tenía unos
ojos redondos que compensaban sus rasgos finos, y normalmente llevaba
el pelo decolorado peinado con una cresta hacia delante.
–¿Travis Maddox? Por Dios, Abby, ¿desde cuándo te aventuras por
aguas tan peligrosas? –dijo Finch con la mirada de desaprobación.
America se sacó el chicle de la boca formando un largo hilo.
–Si intentas ahuyentarlo solo vas a empeorar las cosas. No está acos-
tumbrado a eso.
–¿Y qué me sugieres que haga? ¿Acostarme con él?
America se encogió de hombros.
–Ahorraría tiempo.
–Le he dicho que iría a su casa esta noche
Finch y America intercambiaron miradas.
–¿Qué?
–Me prometió que dejaría de darme la lata si decía que sí. Tú estarás
en su casa esta noche, ¿no?
–Pues sí _dijo America–. ¿De verdad vas a venir?
Sonreí, y los dejé para entrar en los dormitorios, preguntándome si
Travis haría honor a su promesa de no flirtear conmigo. No era difícil
calarlo; o bien me veía como un reto o como lo suficientemente poco
atractiva como para ser una buena amiga. no estaba segura de qué opción
me molestaba más.
Cuatro horas después, America llamó a mi puerta para llevarme a casa
de Shepley y Travi. Cuando salí del pasillo, no se contuvo.
–¡Puf, Abby! ¡Pareces una sin techo!
–Bien –dije, sonriendo por mi conjunto.
Llevaba el pelo recogido en la puarte superior de la cabeza en un
moño descuidado. Me había quitado el maquillaje y me había cambiado