del colchón de Travis. Había pasado treinta días en un estrecho apartam
ento con el golfo de peor fam a de Eastern, y, después de todas las riñas
y de las visitas a altas horas de la m añana, era el único sitio en el que
queríaestar.
Las llam adas de teléfono em pezaron a las ocho de la m añana y se
repitieron cada cinco m inutos durante una hora.
—¡Abby ! —gruñó Kara—. ¡Responde al m aldito teléfono!
Extendí el brazo y lo apagué. Cuando oí que aporreaban la puerta, m
e di cuenta de que no podría pasarm e el día encerrada en m i habitación
com o había planeado.
Kara tiró del pom o.
—¿Qué?
America la empujó para abrirse paso y se quedó de pie junto a mi
cama.
—¿Qué dem onios está pasando? —gritó.
Tenía los oj os roj os e hinchados, y todavía llevaba el pij am a. Me
senté.
—¿Qué pasa, Mare?
—¡Travis está hecho un puto desastre! No quiere hablar con nosotros,
ha arrasado el apartam ento, ha lanzado el estéreo a la otra punta de la
habitación…
¡Shep no consigue que entre en razón!
Me froté los oj os con la m uñeca y parpadeé.
—No sé.
—¡Y una m ierda! Vas a decirm e qué dem onios está pasando, ¡y vas
a hacerloahoramismo!
Kara cogió su neceser y se fue. Cerró de un portazo y y o torcí
el gesto, tem iendo lo que pudiera decir al supervisor de la residencia o,
peor, al decano de estudiantes.
—Baj a la voz, Am erica, por Dios —susurré. Apretó los dientes.
—¿Qué has hecho?
Había dado por supuesto que se disgustaría conm igo, pero no que se
pondría tanfuriosa.
—No…, no sé —dij e, tragando saliva.
—Golpeó a Shep cuando se enteró de que te habíam os ay udado a
irte. ¡Abby, por favor, dím elo! —m e rogó, con los oj os húm edos—.