—Si te lo dij era, y a no sería un secreto, ¿no?
El gesto de su rostro se afiló con una sonrisa m aliciosa.
—Tú sabes el m ío, ahora m e toca a m í saber el tuy o.
—Siento traer m alas noticias, pero tu orientación sexual no es exac-
tam ente un secreto, Finch.
—¡Joder! Y y o que pensaba que tenía un rollo am biguo —dij o,
dando otra calada al cigarrillo.
Antes de hablar, m e encogí de la vergüenza.
—¿Tuviste una buena vida fam iliar en casa, Finch?
—Mi m adre es genial…, m i padre y y o tuvim os que solucionar un
m ontón de asuntos, pero ahora estam os bien.
—Pues y o tuve a Mick Abernathy de padre.
—¿Quién es ese? Me reí.
—¿Ves? No tiene im portancia si no sabes quién es.
—Bueno, ¿y quién es?
—Un desastre. El juego, la bebida, el m al carácter…, todo eso es
hereditario enmifamilia.America y yo vinimos aquí para que yo pudiera
empezar de cero, sin el estigma de ser la hija de una vieja gloria famosa
por sus borracheras.
—¿Una viej a gloria del j uego de Wichita?
—Nací en Nevada. En aquella época, Mick convertía en oro todo lo
que tocaba.Cuandocumplítreceaños,susuertecambió.
—Y te echó la culpa a ti.
—Am erica renunció a m ucho para venir aquí conm igo y que así y o
pudiera escapar; pero llego aquí y m e doy de bruces con Travis.
—Y cuando m iras a Travis…
—Todo m e resulta dem asiado fam iliar.
Finch asintió m ientras tiraba el cigarrillo al suelo.
—Joder, Abby, qué m ierda. Fruncí el ceño.
—Si le dices a alguien lo que acabo de contarte, llam aré a la m afia.
Tengo algunos contactos, ¿sabes?
—Gilipolleces.
Me encogí de hom bros.
—Puedes creer lo que quieras. Finch m e m iró con recelo y sonrió.
—Eres oficialm ente la persona m ás guay que conozco.
—Eso es triste, Finch. Deberías salir m ás —dij e, deteniéndom e en