Eso es decir m ucho.
—Gracias, Trav. Procuraré que no tengas que volver a hacer de can-
guro. Se apoy ó sobre su alm ohada.
—Lo que tú digas. Nadie puede suj etarte el pelo com o y o. Me reí y
cerré los oj os, hundiéndom e en la oscuridad.
—¡Despierta, Abby ! —gritó Am erica, m ientras m e sacudía.
Toto m e lam ió la cara.
—¡Estoy despierta! ¡Estoy despierta!
—¡Tenem os clase dentro de m edia hora! Salí de la cam a de un salto.
—He estado durm iendo durante… ¿catorce horas? ¿Qué dem onios
ha pasado?
—¡Métete y a en la ducha! Si no estás lista en diez m inutos, m e
largaré dej ándoteaquí.
—¡No tengo tiem po de darm e una ducha! —dij e, m ientras m e cam
biaba la ropa con la que m e había quedado dorm ida.
Travis apoy ó la cabeza en la m ano y se rio.
—Chicas, sois ridículas. Llegar tarde a una clase no es el fin del m
undo.
—Lo es para Am erica. No falta a clase y odia llegar tarde —dij e, m
ientras m etía la cabeza por la cam iseta y m e ponía los tejanos.
—Dej a que Mare se adelante. Yo te llevo. Salté sobre un pie y luego
sobre el otro.
—Mi bolso está en su coche, Trav.
—Com o quieras —dij o encogiéndose de hom bros—, pero no te
hagas daño de cam ino aclase.
Levantó a Toto, sosteniéndolo con un brazo com o una pelota peque-
ña de fútbol am ericano, y se lo llevó por el pasillo.
Am erica m e m etió a toda prisa en el coche.
—No puedo creer que te com prara un cachorro —dij o ella, m irando
hacia atrás, m ientras sacaba el coche de donde lo tenía aparcado.
Travis estaba de pie baj o el sol de la m añana, en calzoncillos y
descalzo, rodeándose con los brazos por el frío. Observaba cóm o Toto
olisqueaba un pedacito de hierba y lo guiaba com o un padreorgulloso.
—Nunca he tenido perro —dij e—. Será una experiencia interesante.
Am erica m iró a Travis antes de cam biar la m archa del Honda.