delante
del cachorrito inquieto.
—Puedes dej arlo aquí. Yo cuidaré de él por ti cuando tú vuelvas a
Morgan — su boca se abrió en una m edia sonrisa—, y así estaré seguro
de que vendrás de visita cuando se acabe el m es.
Apreté los labios.
—Habría vuelto de todos m odos, Trav.
—Haría cualquier cosa por esa sonrisa que estás poniendo ahora m
ism o.
—Creo que necesitas una siestecita, Toto. Sí, sí, y a lo creo —dij e
arrullando al cachorro.
Travis asintió, m e cogió en su regazo y entonces se levantó.
—Pues vam os allá.
Me llevó a su dorm itorio, retiró las sábanas y m e dej ó sobre el col-
chón. Pasando por encim a de m í, alargó el brazo para correr las cortinas,
y después se dej ó caer en su alm ohada.
—Gracias por quedarte conm igo ay er por la noche —dij e, m ientras
acariciaba el suave pelo de Toto—. No tendrías que haber dorm ido en el
suelo del cuarto de baño.
—La de ay er fue una de las m ej ores noches de m i vida.
Me volví para ver la expresión de su cara. Cuando vi su gesto serio,
le lancé una m irada deduda.
—¿Dorm ir entre el lavabo y la bañera en un suelo frío de baldosas
con una idiota que no dej aba de vom itar ha sido una de tus m ej ores
noches? Eso es triste, Trav.
—No, fue una de las m ej ores noches porque m e senté a tu lado
cuando te encontrabas m al y porque te quedaste dorm ida en m i regazo.
No fue cóm odo. No dorm í una m ierda, pero em pecé tu decim onoveno
cum pleaños contigo, y la verdad es que eres bastante dulce cuando te
emborrachas.
—Claro, seguro que entre náusea y náusea estaba encantadora.
Me acercó hacia él y le dio unas palm aditas a Toto, que estaba
acurrucado juntoamicuello.
—Eres la única m uj er que sigue increíble con la cabeza m etida en
el lavabo.