—Para m í sí que la tuvo.
—Está bien. No volveré a hacerlo, ¿contento?
—Sí, pero tengo que decirte una cosa, siem pre y cuando prom etas
no alucinar.
—Ay, Dios, ¿qué hice?
—Nada, pero tienes que llam ar a Am erica.
—¿Dónde está?
—En Morgan. Discutió con Shep ay er por la noche.
Me duché a toda prisa y m e puse la ropa que Travis m e había dej ado
en el lavabo. Cuando salí del baño, Shepley y Travis estaban sentados en
el salón.
—¿Qué le has hecho? —pregunté.
A Shepley se le cay ó el alm a a los pies.
—Está m uy cabreada conm igo.
—¿Qué pasó?
—Me enfadé con ella por anim arte a beber tanto. Pensaba que aca-
baríam os teniendo que llevarte al hospital. Una cosa llevó a la otra, y lo
siguiente que sé es que estábam os gritándonos. Íbam os borrachos los
dos, Abby. Dij e algunas cosas que no puedo retirar. —Sacudió la cabeza,
sin levantar la m irada del suelo.
—¿Com o qué? —pregunté, enfadada.
—Le llam é unas cuantas cosas de las que no m e enorgullezco y
después le dij e que sefuera.
—¿Dej aste que se m archara borracha? ¿Qué clase de idiota eres?
—dij e, mientrascogíamibolso.
—Cálm ate, Palom a. Ya se siente lo suficientem ente m al —rogó
Travis. Encontré por fin el teléfono en m i bolso y m arqué el núm ero
de Am erica.
—¿Diga? —Su voz sonaba fatal.
—Acabo de enterarm e. —Suspiré—. ¿Estás bien?
Cam iné pasillo abaj o para tener un poco m ás de privacidad, y solo
m e volví una vez para lanzar una m irada asesina a Shepley.
—Estoy bien, pero es un gilipollas. —Sus palabras eran duras, pero
notaba el dolor en su voz. Am erica dom inaba el arte de esconder sus em
ociones, y podría habérselas escondido a cualquiera m enos a m í.